Paysandú, Miércoles 19 de Noviembre de 2008
Opinion | 17 Nov El ejercicio del gobierno tiene sus mieles y sus sinsabores, desde que asumir responsabilidades da cierto tiempo de jugar para la tribuna y cosechar aplausos, que luego se transforman en silbidos cuando lo anunciado demora en concretarse o incluso queda para las calendas griegas. A la vez, los recursos resultan siempre insuficientes, pese a que el ex ministro de Economía y Finanzas del actual gobierno, Danilo Astori, subrayó más de una vez que el Poder Ejecutivo tenía «espacio fiscal», cuando decidía más gastos a cuenta de los aportes de todos los uruguayos.
Y el poder ha sido la prueba de fuego para el Frente Amplio, que había tenido la ventaja ante la opinión pública de no haber ejercido nunca el gobierno, y por lo tanto podía presentarse limpio, como una alternativa valedera para los cambios en la situación socioeconómica del país.
La coalición de izquierdas fue muy dura en la oposición, y denunciando y proponiendo en base a eslóganes fue acumulando fuerzas en base a la disconformidad de muchos sectores de la población que tenían poco que perder y apostaron al acceso de la izquierda al poder, aún ante la posibilidad de que se hiciera realidad el anuncio de Vázquez de que haría «temblar las raíces de los árboles».
Por supuesto, el ejercicio del poder significa enfrentarse a la realidad. Y sacudir las raíces del árbol lo primero que hace es hacer caer los frutos, las flores y las hojas, lo que al fin de cuentas sería un precio relativo a pagar por un cambio que valiera la pena para una supuesta renovación. Pero como nada nuevo hay bajo el Sol, y mucho menos en economía, el gobierno se encontró con la verdad irrefutable de que todos los tientos salen del mismo cuero y que si lograba algo para repartir era porque se les sacaba a otros, o se acentuaba la presión sobre los que crean la riqueza y generan los recursos de que dispone el Estado para hacer política, naturalmente que luego de quedarse con la parte del león para su funcionamiento. La administración Vázquez tuvo la suerte de contar con una situación económica internacional favorable, que le permitió disimular errores y sobre todo gastos durante las dos terceras partes de su gestión. La reversión de esa bonanza genera un gran desafío y con gastos comprometidos como si todas fueran rosas, cuando la realidad ya ha cambiado.
De todas formas, el no haber llegado a hacer temblar las raíces de los árboles ha tenido su lado bueno, porque si bien se derramó voluntarismo sin el retorno imprescindible para que las políticas dieran algún resultado palpable, el programa del gobierno fue diluido por imperio de la realidad, lo que ha permitido que los desafíos pendientes, con ser importantes, no sean insolubles.
Pero el problema mayor que enfrenta el gobierno son sus contradicciones y problemas internos, por intereses electorales y la disputa del poder, que a esta altura ya ni siquiera se intenta ocultar, desde que resultaría demasiado grosero decirle al ciudadano que se mantiene la solidaridad y la fraternidad que permiten ir hacia los consensos tan caros a la izquierda cuando estaba en la oposición. No hay consensos porque existen diferencias personales y de concepción, lo que es natural en una coalición de partidos diferentes, como la que dio lugar al Frente Amplio en 1971, para sumar y acceder al poder. Hoy en el gobierno el objetivo de retener el poder se mantiene, pero han crecido las diferencias entre sectores y líderes que tienen legítimas aspiraciones de poder, como en todo partido político.
La gran incongruencia es que se pretenda todavía llegar a acuerdos de cúpulas para ser refrendados por el congreso nacional del Frente Amplio en diciembre, y presentar así a sus adherentes una fórmula de «consenso» que a esta altura ya no podría convencer a un niño. La dirigencia del Frente Amplio parece creer que sus votantes son ciegos y tontos. Peor aún, hay sectores que todavía no asumen que cuando hay diferencias se debe apelar al soberano, es decir a sus votantes, a los que hasta ahora se les ha presentado fórmulas «cocinadas» por la cúpula.
La coalición de izquierdas haría bien en comparecer en elecciones internas, como establece la Constitución, para elegir su candidato en las elecciones presidenciales, como hacen todos los partidos a los que tanto se les ha criticado el caudillismo. No es tan difícil. Es simplemente cumplir con el enunciado de «participación» y « más democracia» que parece se puede aplicar a todo lo que venga, menos hacia la interna del Frente Amplio, en flagrante contradicción. ¿O será que es mas fácil imponer la democracia directa para el «presupuesto participativo», referendos por cualquier causa, elecciones de alcaldías, que para la interna del partido?
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