Paysandú, Viernes 21 de Noviembre de 2008
Opinion | 18 Nov Una vez más el fútbol vuelve a ser mala noticia. Otra vez asistimos al triste espectáculo de la violencia en la cancha, a que la reacción violenta de los hinchas desmerezca el deporte y desa liente la concurrencia a este tipo de espectáculos.
La crónica deportiva el pasado fin de semana dejó nuevamente un reguero de detalles incomprensibles sobre sucesos violentos, que prueban una vez más lo poco que aprecian la vida muchas personas, cuando dan rienda suelta a la violencia convirtiendo al campo de juego en sitio de batalla.
Hombres pegándole a otros que caían al piso. Otros rompiendo caños para usarlos como arma contra quien lucía la camiseta adversaria. Padres y madres desesperados en la tribuna. El fanatismo corre el riesgo de caer fácilmente en la violencia. Y eso fue lo que pasó al terminar el partido entre Nacional y Danubio.
Esta vez fueron fanáticos tricolores que se lanzaron al campo tras el pitazo final aprovechando la rotura que tenía el tejido de su tribuna, robaron una bandera danubiana y encontraron la respuesta que querían tener, porque los fanáticos de la franja respondieron con la misma ferocidad y violencia. Unos y otros son por igual, culpables. Antes el fútbol era un deporte para disfrutarse en familia. Los padres iban con sus hijos a ver el cuadro de sus amores y alentar una camiseta. Hoy corren el peligro de ser atacados o perder la vida en la tribuna o a la salida del estadio. Lamentablemente el fútbol se ha convertido en un deporte que no se puede disfrutar en una cancha en familia sin riesgo de vida. Sabido es que en un partido, cualquiera que sea, suele aflorar una carga emocional importante pero cada vez más seguido vemos acciones e incidentes que nada tienen que ver con el deporte y que terminan convirtiendo a las canchas y su entorno en un campo de batalla en vez de sitio de esparcimiento.
Impotencia, dolor y pesadumbre es lo que sienten los que verdaderamente aman este deporte. Los demás, los fanáticos irracionales, jamás podrán sentir algo parecido. Por el contrario, parecen esmerarse en destruirlo. Y, mientras los dejen, lo seguirán matando.
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