Opinion | 17 Nov El Consejo de Secundaria abrió una investigación para conocer detalles de los docentes que copiaron en una de las pruebas que debían rendir para acceder a cargos de dirección en diferentes liceos.
El consejero de Secundaria, Martín Pasturino, admitió que no se había recibido ninguna denuncia y que él se enteró de las irregularidades del concurso por la prensa. El semanario «Brecha» denunció que en una de las tres pruebas escritas, varios docentes consultaron repartidos y resúmenes que habían armado previamente, pese a saber que estaba expresamente prohibido.
Pasturino advirtió que pese a tener los resultados de la investigación será complicado decidir qué hacer, ya que los resultados de las pruebas fueron publicados y muchos docentes reclamarán que no se anule el concurso, una de las medidas que podría tomar Secundaria.
Más allá de la investigación y de las consecuencias que haya para estos docentes, lo triste de todo esto es que hablamos de las personas que enseñan a nuestros jóvenes. Si quienes están al frente de las aulas son capaces de hacer estas cosas, ¿qué clase de ejemplo serán para los jóvenes?
Obviamente se trata de algunos docentes y no se puede poner a todos en la misma bolsa. Porque felizmente son mayoría los que se preocupan y esfuerzan por enseñar sobre su materia y además ser referentes para los jóvenes.
Sin embargo, también los hay que no se toman muy en serio la profesión. Y así, aunque está expresamente prohibido, hay quienes toman mate en clase. Otros acostumbran responder a los llamados por celular mientras están en el aula, momento que debería estar dedicado plenamente a la enseñanza de los alumnos. Algunos visten de forma desaliñada -algo así como «estilo Pepe»-, como si fueran a la verdulería en vez de su lugar de trabajo, donde deben transmitir una imagen que también inspire respeto a los adolescentes, muchos de los cuales buscan desesperadamente referentes ante esa carencia en sus hogares. Se hace necesario entonces un auto examen sincero de de los docentes, recordando el valor de su profesión. Porque un docente debe, además de enseñar una materia, saber guiar.