Opinion | 04 Dic Han vuelto a cobrar vigencia las amenazas de bomba que luego derivan en falsa alarma, pero generan el temor en quienes se encuentran en un determinado recinto, así como el desalojo y la movilización de fuerzas policiales y efectivos de bomberos.
En las últimas jornadas se destacaron las amenazas lanzadas contra la Asociación Uruguaya de Fútbol mientras se analizaban las medidas de seguridad para garantizar la continuidad del campeonato en curso. También fue desa-lojada la Terminal de Tres Cruces ante una amenaza de bomba proferida telefónicamente.
Las situaciones citadas son solo dos y las más recientes. Pero las amenazas de bomba se han constituido en lamentables presencias en diferentes circunstancias: en el Parlamento cuando se vota una ley que despierta opiniones encontradas, en los liceos cuando hay exámenes, y así sucesivamente.
Por fortuna, en nuestro país siempre que se ha registrado este tipo de amenazas han resultado falsas alarmas, pero es lamentable todo lo que generan.
En cada ocasión es necesario desalojar los edificios y movilizar a los agentes especializados para que realicen una inspección. El caos que se genera es comprensible y las medidas que se adoptan en respuesta inmediata son necesarias ante una situación que de concretarse pone en riesgo la vida de todas las personas que allí se encuentran.
Lo que resulta extraño es que en tiempos de tanta tecnología e interconexiones digitales nunca se identifique a los graciosos que buscan provocar el pánico y tratan de forzar la inclinación de la balanza hacia sus intereses. Es necesario ubicarlos y hacerlos responder por su actitud. Seguramente la inteligencia policial tiene casos más complejos de resolver, pero en vista de la proliferación de amenazas sería necesario que se tomaran algunas medidas que permitieran frenar situaciones tan ridículas.