Paysandú, Lunes 08 de Diciembre de 2008
Opinion | 02 Dic Con casi 11.000 seropositivos —3.336 personas con SIDA y 7.660 infectadas con HIV— desde el inicio de la epidemia de SIDA en el país hace 25 años, las autoridades de la salud afirman que la enfermedad ha dejado de aumentar, iniciando —al parecer— un período de «meseta».
Al respecto, la directora del Programa Nacional de Sida, María Luz Ossimani, dijo en el marco del Día Mundial de Lucha contra el SIDA que a 25 años de la epidemia se puede decir que es una patología crónica. «Hoy una persona si se diagnostica y comienza a seguir las indicaciones médicas y se controla periódicamente y cuando se le indica toma la medicación y la toma regularmente, como cualquier otra patología, la calidad de vida de esa persona le permite integrarse, trabajar, estudiar, formar pareja, convivir en la sociedad y además le permite una larga vida, se convierte en una enfermedad crónica», afirmó.
Tener relativamente controlada la enfermedad (afecta sólo al 0,4% de la población del país) permite trabajar en otra dirección y, por ejemplo, apuntar mucho más fuertemente a la prevención y a la concientización social respecto a la necesidad de no discriminar, factor que según los enfermos e infectados —cabe aclarar que una persona puede vivir con el VIH sin llegar a enfermarse de SIDA—, continúa siendo un estigma en el país.
Al mirar las estadísticas, es evidente que en estas dos décadas y media aquello que comenzó considerándose como «enfermedad rosa» vinculándose con ese término a la homosexualidad, ha cambiado notoriamente su perfil puesto que el SIDA y el VIH afectan mayoritariamente a hombres jóvenes heterosexuales.
En ambos casos predomina la trasmisión sexual (71,5% y 66,7% respectivamente) y hay más hombres que mujeres afectados (74,9% de hombres en el caso del SIDA y 64% de hombres con VIH, respectivamente).
En cuanto a edades, el SIDA tiene su mayor incidencia en el país entre los 20 y 49 años y el VIH tiene su máxima incidencia entre los 14 y 34. El dato no es menor y llama la atención sobre la necesidad de no aflojar la prevención. Con el SIDA está pasando algo similar que con las reglas de tránsito: todos sabemos qué debemos hacer y qué no pero no siempre se actúa en consecuencia. Por eso, hoy más que información lo que hace falta es concientización. Es de esperar que a eso pueda contribuir la inclusión temprana de la educación sexual en las escuelas así como el compromiso de distintos ministerios y organizaciones públicas y privadas que no solo están dando visibilidad al tema una vez al año sino que lo han tomado como un campo de acción y compromiso en su accionar cotidiano.
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