Paysandú, Miércoles 10 de Diciembre de 2008
Opinion | 06 Dic «Les vamos a demostrar quién manda aquí», proclamó el presidente de Venezuela Hugo Chávez, al arengar a sus seguidores en el marco de uno de sus habituales actos políticos radiotelevisados en los que de vez en cuando lanza sus poco brillantes y democráticas ideas para beneficio de su país y de la región. Esta vez la gran iniciativa que reflotó es la reelección indefinida, con nombre propio, por supuesto, y para ello no ha vacilado en embarcar nuevamente a su país en un debate para reformar la Constitución y buscar mecanismos para darle continuidad a la «revolución bolivariana».
Chávez anunció que daba «permiso» a sus seguidores para usar su nombre con vistas a esta campaña y por las dudas les recordó que «no hay chavismo sin Chávez» por si acaso pensaban seguir la revolución con otro candidato.
Pero claro, a su juicio la reelección lo pone a cubierto de que pueda darse un «chavismo» sin su guía providencial, aunque el precio de esta continuidad sea la de sumergir nuevamente a Venezuela en un ya interminable proceso de enfrentamiento político con una oposición que va creciendo en respaldo. Lamentablemente, como su ex colega isleño y ex dictador cubano Fidel Castro, el presidente caribeño no cree en la democracia, que para él es un aspecto secundario, y considera que la «revolución» está por encima de detalles tan poco importantes, como que se desenvuelva en el marco del respeto a las libertades y del Estado de derecho o conculcando libertades.
La reelección indefinida es un eufemismo para las pretensiones de eternizarse en la presidencia sin una Constitución que ponga freno al ejercicio irrestricto del poder por un mandatario que se considera dueño del sillón presidencial, y que a la vez se proclama como el sucesor de Simón Bolívar para ejercer su influencia sobre la región al amparo de sus petrodólares y diatribas revolucionarias contra el «demonio» que ha sentado sus reales en Washington.
El delirio del mandatario es tal que para él es simplemente un detalle que el pueblo haya rechazado hace un año una reforma constitucional que él mismo promoviera con la intención también de legitimar la reelección perpetua y una serie de modificaciones que tendían a consolidar la «revolución», mediante asambleas populares e instancias de decisión con similitudes notorias con las democracias populares que han fracasado en todo lugar.
Ahora, debería llamar la atención que Chávez esté más preocupado en temas de carácter personal y político, como la de pensar en intrincados mecanismos constitucionales para perpetuarse en el poder, que en atender los graves problemas del pueblo venezolano, que se han agravado pese a la lluvia de dólares que han ingresado el país al amparo de precios del petróleo que llegaron a 150 dólares hace poco.
Con un petróleo a la tercera parte y expectativas de que ante la recesión mundial el crudo tarde todavía en recuperarse, el colchón de dinero de Chávez ha quedado muy reducido por enormes gastos militares —ha comprado cuanto armamento sofisticado ha visto en las góndolas de fábricas militares de Rusia— y enfrenta graves problemas de infraestructura productiva, al punto que debe importar productos de primera necesidad, como la leche y sus derivados, tras haber dilapidado dinero para comprar protagonismo internacional. En estos días las fuerzas venezolanas están participando en maniobras navales con buques rusos para entrenarse en el manejo de las armas de «defensa» en carácter disuasivo, en otro escalón más de la carrera armamentista que ha desatado a efectos de desalentar una presunta invasión de Estados Unidos y de paso intimidar a su vecino Colombia, al tiempo que intenta reafirmar su imagen del líder de la alianza regional militar Alba, que promueve ante el peligro que representa el imperialismo de la nación del Norte.
El poder absoluto es mal consejero cuando además quien lo ejerce carece de convicciones democráticas, y en el caso de Chávez, une a su descreimiento en las instituciones el de financiar delirios como si los recursos fueran infinitos, y todo indica que la reforma constitucional y la convulsión política consecuente solo serían una pantalla para ocultar los graves problemas que se presentarán en 2009 por previsiones de gastos sobre precios del petróleo que no son tales, sin los cuales sus pretensiones de Mecenas continental quedarían en la nada.
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