Paysandú, Viernes 12 de Diciembre de 2008
Opinion | 10 Dic El escenario político que se abre a los uruguayos, a menos de un año de las elecciones nacionales de 2009, presenta en esta oportunidad la diferencia de que los tres principales partidos han ejercido el gobierno, y el ciudadano que más o menos sigue la evolución del acontecimiento político-partidario se encuentra con que ya no hay nada nuevo para descubrir, y que como bien sostiene el refrán, en todos lados se cuecen habas.
El único partido «grande» que solo había ejercido la oposición y confrontado ideas con los otros únicamente desde el llano era el Frente Amplio, y una vez que ha demostrado lo que es capaz de hacer y de no hacer con el poder en sus manos –casi absoluto en este caso, desde que cuenta con mayorías absolutas en las dos cámaras legislativas—se encuentra en igualdad de condiciones para presentarse ante la ciudadanía, aunque con la salvedad de que ha tenido la ventaja de haber ejercido el poder en el marco de la coyuntura internacional más favorable en medio siglo.
De todas formas, esta evaluación será de resorte del elector, a solas con su conciencia, cuando llegue el momento de ser convocado a las urnas, y de la misma forma ocurrirá cuando sea el turno de elegir a los gobiernos departamentales.
Más allá de la instancia electoral, igualmente, sí corresponde a esta altura analizar el escenario interno de la fuerza de gobierno, porque nos encontramos ante una situación inédita desde la fundación del Frente Amplio en 1971, desde que han caído mitos que se habían proclamado una y otra vez como verdades absolutas, aludiendo a la fraternidad y solidaridad dentro de la izquierda, como un sentimiento que era mucho más fuerte que las convicciones personales e ideologías como sí estuviéramos ante hombres y mujeres de bronce, en lugar de seres de carne y hueso.
Ha bastado el ejercicio del poder en lo que va de un período para tomar debida cuenta, ya sin eufemismos y hasta en forma descarnada, que lo que ayer era fácil, al hacer causa común para oponerse a lo que venía de los partidos tradicionales, hoy se hace mucho más difícil a la hora de proponer, y en el mejor de los casos, el abanico de sectores y partidos que integran la coalición ha tenido que devaluar gran parte de su propuesta para llegar a una alternativa, que al final no es ni chicha ni limonada, no deja conforme a ninguno y resulta intrascendente.
Ocurre que no se trata de un problema nuevo, sino que el estar siempre en la oposición permitió disimularlo.
Pero el Frente Amplio nació hace casi cuatro décadas como una alternativa a los partidos Colorado y Nacional, y sobre todo en aquel entonces al gobierno de Jorge Pacheco Areco, y lo que hizo en realidad fue reunir a prácticamente todos los sectores de izquierda, entre los cuales la Democracia Cristiana y partidos marxista-leninistas como el Partido Comunista y el Socialista, solo por mencionar los ejemplos más connotados.
Y fue relativamente sencillo conformar una propuesta común, de enunciados más o menos «entradores», aunque para cualquier observador más o menos advertido en política le resultara fácil inferir que en el ejercicio del poder debería entrarse a las definiciones en las que seguramente quedarían muchas prendas del apero por el camino, y que el desafío radicaba en cual de los partidos del conglomerado lograría primar, en desmedro de los otros.
Cuando el común denominador que mantenía acalladas las diferencias, que era el presidente Tabaré Vázquez, está a punto de finalizar el período, y debe buscarse un reemplazo, han aparecido descarnadamente las luchas por el poder, por la preeminencia de determinadas ideologías sobre las demás, para «profundizar los cambios» pero en realidad para una ingeniería electoral que permita retener el poder, aunque con un candidato que ya no encarnará supuestas unanimidades. Es decir que estamos en la hora de ser sinceros y, si no se llega al consenso en el congreso del domingo —como todo parece indicar— se deberá trasladar la decisión a elecciones internas, como prevé la Constitución, y que el Frente Amplio siempre ha evitado con la idea de que las disputas internas eran cosa de los partidos tradicionales y no de quienes históricamente han sostenido que son los abanderados y depositarios exclusivos de la solidaridad y la fraternidad.
Pero, como ha quedado harto demostrado, han caído ya todas las máscaras, y cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia, como se advierte en las películas.
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