Paysandú, Sábado 13 de Diciembre de 2008

La voz del público

Locales | 10 Dic Dos visiones de
la vida embrionaria
Tengo en mis manos dos artículos muy diferentes. Y lo diré sin ambages, del primero me fío, del segundo no. El primero alienta la vida, el segundo la muerte sin ninguna duda.
¿Quién es mi preferido? César Nombela, Catedrático de la Universidad Complutense. Su artículo en «La Tercera del ABC» sobre la Vida humana embrionaria. Ya con eso respiro, ese señor cuando te mira a los ojos lo primero que piensa es que tiene delante un ser humano. Y cuando atiende a una embarazada ve al menos dos seres humanos, no un solo paciente sino dos vidas que están conviviendo durante una etapa de su existencia.
¿Qué pasa con el otro? Pues el otro es un científico que juega a filósofo y hace trampa; nos dice: «los embriones no tienen alma hasta los 14 días», y parece que cree en el alma, pero me da la impresión que no cree que haya alma ni después de los 14 días. Se me olvidaba, ese señor es Bernat Soria, fue director del Centro Andaluz de Biología Molecular y Medicina Regenerativa y actualmente es Ministro de Sanidad y Consumo del Gobierno de España.
Supongo que el primero, catedrático de universidad, no necesita acudir a la filosofía para demostrar que el embrión es un ser vivo distinto de la madre y del padre, capaz ya de crecer, alimentarse, moverse y reproducirse, como parece afirmar también el señor Soria cuando dice que ese ser puede dar gemelos. Ergo... ese ser puede producir vida y habría dos vidas humanas en vez de una desde ese momento. Los protozoos aunque se dividan al reproducirse siguen siendo protozoos, no pierden su condición. Un ser humano tampoco. Así es de consistente su razonamiento de que no hay alma porque el alma no se puede partir. Si le seguimos no hay alma en el embrión porque no puede resultar de partirse un trocito del alma de los padres.
Además el señor Nombela se apoya en el «Convenio de los Derechos Humanos y la Biomedicina» aprobado por el Consejo de Europa en 1996, ratificado en el Convenio de Oviedo que prohíbe expresamente crear embriones humanos con fines de experimentación. Eso me da tranquilidad a mí que fui embrión y a todos los hombres que pasarán por ese estadio vital. Reconocido su derecho podrán, como yo, aporrear en el futuro las teclas de su ordenador para expresarse en libertad. Lo que se trata no es en garantizar el derecho de las almas, que son intangibles, espirituales e inmortales, sino del hombre con su cuerpo tangible, material y mortal. No estamos dilucidando si hay alma o no, sino si hay vida humana o no. Que Bernat Soria quiera acallar las conciencias de los que van a trabajar en su máquina de los horrores es una cosa, que lo haga con engaño es otra. Y es que afirma que no matará a nadie porque lo hará antes de que desarrolle el cerebro. Vuelve a manifestar su ignorancia. El cerebro no es el lugar donde radica el alma, es un órgano más del cuerpo humano, importante ciertamente, pero parafraseando al clásico, a San Pablo: todos los miembros del hombre son importantes, no todo el hombre es cerebro, ni corazón, ni pie, ni mano. El principio vital es el que rige todo ese ser dándole la unidad de acción y de fin. Y ese principio vital ya está presente en la primera célula embrionaria. Ella ya sabe lo que debe hacer para lograr tener cerebro. Y no debemos truncar su trabajo. Tampoco es el derecho quien debe definir si hay alma o no, sino el que lo reconoce en un momento determinado, pero sólo para hablar de muerte cerebral. El derecho no está hecho para definir cuestiones técnicas o metafísicas sino para adecuarse a ellas si esas cuestiones exigen derechos o deberes entre las personas. Por eso no se dedica a legislar sobre las leyes físicas sino contra algunas aplicaciones técnicas de esas leyes, como disparar contra un ser humano; así como contra algunas aplicaciones erradas de la metafísica como las que justificasen una esclavitud real. Por eso entiendo que lo que hace el señor Soria es mezclar todas las cosas en una coctelera a ver si no nos damos cuenta. Mezcla la religión para decirnos: el embrión no tiene alma; la física para decir que no es un ser humano; la metafísica para negar su principio vital y la norma legal para desvincular su acción de un asesinato. De golpe quien era sólo un científico se nos convierte en teólogo, filósofo y abogado.
Con respecto al principio vital o alma debería quedarse en la faceta de filósofo, ya que la de teólogo le llevaría a afirmar que su investigación está basada en una acción pecaminosa, el asesinato de personas hechas a imagen y semejanza de Dios, creadas irrepetibles y queridas por Dios por sí mismas, y por las que Cristo derramó su sangre en la Cruz para llevarlas al cielo. A ver quien es el guapo que, desde las premisas teológicas se dedica a la investigación con embriones. Sería sencillamente un Herodes cualquiera.
Desde el planteamiento metafísico se puede llegar a la existencia del alma, a su condición espiritual e inmortal. Pero también nos podemos quedar en el primer estadío del conocimiento: el alma como principio vital que está presente en todo ser vivo, y es lo que les caracteriza.
Ahí la razón está del lado del señor Nombela, y —abundando en el ejemplo-- una semilla es ya la planta aunque no haya germinado en tierra; una larva es la mariposa futura, un renacuajo es la rana que nos dará la murga en la charca vecina, y un embrión es el feto, que será el niño, el adolescente, el joven, el hombre maduro y el anciano. Y dejará de haber hombre cuando se pierda ese principio vital y cada célula campe por sus respetos, o lo que es lo mismo: cuando empiece la putrefacción del cadáver aunque tarden en conocerse sus efectos.
En definitiva: en vez de un científico nos encontramos con un sofista. Yo le aconsejo que acuda a sus colegas como el señor Nombela, vea lo que otros han avanzado en la medicina regenerativa sin matar un ser humano, en concreto en los avances logrados con células madre adultas, y se deje de predicar lo que no cree.
José Antonio Calvo


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