Paysandú, Sábado 13 de Diciembre de 2008
Locales | 12 Dic Seguramente vendrá un tiempo en el que los protagonistas ya no estén y las próximas generaciones escucharán ciertas historias a través de relatos recreados por terceros. Quienes trabajamos en el periodismo contamos con algunos privilegios, pero a la vez con responsabilidades, como la de obtener de primera mano esos valiosos testimonios.
Nuestra permanente recorrida por el interior rural nos ha permitido encontrar a ciertos personajes cuyas historias son dignas de ser plasmadas en el papel, sin importar si fue un maestro o alambrador, un tropero o peón de estancia o como en este caso, un juglar de la poesía. La guitarra ya reposa en el armario, guardando viejas coplas de un tiempo que ya no es. Don Toribio Cruz es un hombre de 84 años, nacido y criado en parada Queguay. Hace veinte años que vive en la ciudad y es el menor de 6 hermanos. «Eran cuatro mujeres y dos varones», pero solo viven él y dos hermanas: una de ellas en Paysandú y la otra en Maldonado.
A los diez años improvisaba versos en rueda de fogones y de boliches. Aprendió a tocar la guitarra observando a otros compañeros y de oído, porque asegura que nunca estudió música.
Supo dedicarle unos cuantos años a sus dotes de artista. Con su prosa improvisada amenizaba encuentros de mostrador, deleitando a los parroquianos con su singular destreza, esa que siempre alienta a pagar otra vuelta. Llegó a tener sus propias guitarras y grabaciones en casetes, registros que llegaron incluso a partes de la República Argentina.
Fue tropero, montaraz, peón de campo y trabajó en plantaciones de remolacha azucarera. Recuerda épocas en los que viajaba a la ciudad en el motocar o en la recordada ONDA —que tenía su agencia en lo de la familia Giardello—, que hacía el recorrido de Salto a Paysandú. «Un vez en Paysandú llegábamos a la fonda de Sarandí y Varela, de la familia Salomón», agrega don Cruz.
En abril de 2009 cumplirá dos años como residente en el hogar para ancianos El Progreso, de la señora Mendietta. Su memoria ya no retiene fielmente las cosas de otrora, pero se animó y repasó rápidamente algunas que guarda con cierta nostalgia.
«El Queguay que yo viví tenía mucho movimiento. Por ahí me acuerdo del comercio de Máscolo, Casa Merello, la familia Castro con su almacén al lado de la cancha de fútbol y Fumeaux que estaba en la misma manzana en la que yo me crié. Pero como ha pasado con otros tantos poblados, todo se fue terminando. Queguay tuvo un tiempo de un gran movimiento social y comercial, rodeado de muchas colonias… Fueron tiempos lindos», aseveró. Sobre el final de la charla «El payador de la senda» nos obsequió uno de los versos que marcaron su época de guitarra y poesía. Llevaba por título «De linyera a domador» y decía así: «Allá en mis años de mozo/ ningún trabajo esquivé/ y acobrado por el calor en tiempos de primavera/ cansado de andar de linyera/ pensé en hacerme domador./ Y ahí me empecé a empilchar/ siempre en estilo campero:/ compré botas, espuelas, sombrero/, poncho, cinto y tiradores y como soy medio guasquero/ me fabriqué un arreador».
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