Paysandú, Domingo 14 de Diciembre de 2008
Locales | 10 Dic CHILE (Por Horacio R. Brum). Durante 38 semanas Gladys Pavez fue obligada a llevar en su vientre algo que difícilmente pudo definir como un hijo, porque no tenía pulmones, riñones, vejiga ni aparato excretor, e iba a morir apenas se produjera el alumbramiento. Mujer de uno de los barrios más pobres de Santiago de Chile, la señora Pavez --de 43 años y madre de dos hijos-- pasó esos días juntando dinero para la sepultura del niño que nunca sería tal, mientras piadosos sacerdotes, sesudos catedráticos y políticos defensores «de la vida» le ofrecían todo tipo de ayuda... espiritual. En abril de 2002, se produjo el parto en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, institución de una universidad estatal de larga tradición laica y hasta masónica. El mismo hospital cuyo director se negó a realizar un aborto terapéutico o siquiera a practicar una cesárea, como desesperadamente lo había pedido Gladys Pavez desde que supo el diagnóstico de su embarazo. Una vez cumplidos los rituales del entierro del hijo que nunca fue, el nombre de Gladys desapareció de las misas de las iglesias, de la agenda de los políticos y de las primeras planas de los medios, sin que nadie se interesara por los horrores de su calvario psicológico de 38 semanas.
En noviembre pasado, Karen Espíndola, una joven llena de planes y de ilusiones para el futuro se encontró en el mismo predicamento, a los tres meses de embarazo: lo que vaya a dar a luz tendrá un cerebro sin hemisferios, probablemente un solo ojo y una nariz por la cual no podrá respirar; casi sin sentidos, no será capaz de hablar, de ver, de caminar u oír. Con suerte, podrá respirar.
Karen también clamó por un aborto terapéutico, pero al igual que Gladys Pavez, se ha encontrado con la cobardía disfrazada de ética de muchos médicos, la manipulación de los políticos y los religiosos y las declaraciones ambiguas de unas autoridades que se dicen progresistas, pero no se atreven a irritar a la iglesia católica.
En las postrimerías de la dictadura de Augusto Pinochet, allá por 1989, los socios civiles del régimen autoritario se las arreglaron para armar un entramado legal que, cuando llegara la democracia, redujera al mínimo las posibilidades de cambio del modelo económico - social que habían logrado imponer. Una característica de los poderosos sectores neoliberales chilenos fue y es su fuerte conservadurismo católico, representado por la adhesión a organizaciones como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y el movimiento Schoenstatt. Por eso, entre las leyes de último minuto que aseguraron el predomino de la propiedad privada sobre el interés general, introdujeron la prohibición absoluta del aborto, cuya ejecución terapéutica estuvo permitida desde 1931. Jaime Guzmán, el principal ideólogo de la dictadura, sostuvo, cuando se redactaba la Constitución que abrió el camino a la prohibición del aborto y que hoy sigue vigente: «La madre debe tener al hijo aunque salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea producto de una violación, aunque de tenerlo, derive en su muerte».
Por el peso que en la política chilena tiene la iglesia, la cual se cobra con creces su defensa de los derechos humanos durante el gobierno militar, ningún gobierno democrático se ha atrevido a tratar de frente el tema del aborto y quienquiera que lo haga, desa-ta una verdadera caza de brujas. Valiéndose de los tribunales, de los medios afines, de campañas de presión pública y hasta de presiones económicas, los autodenominados «defensores de la vida» persiguen médicos, obstaculizan o reducen a una mínima expresión las campañas oficiales de salud sexual y reproductiva e incluso han intentado que se prohíba el uso de todo tipo de píldoras anticonceptivas. Con el respaldo de la Universidad Católica, dan visos de respetabilidad científica a sus afirmaciones y en el Parlamento cuentan con el apoyo en bloque de los partidos de derecha y de una Democracia Cristiana que, aunque integra la coalición de gobierno, en estos asuntos suele ser más cristiana que demócrata.
En ese ambiente, el presidente uruguayo Tabaré Vázquez ha dado a la derecha clericalista de Chile el héroe que no podía hallar en su propio país. Para un editorialista del «El Mercurio», un diario tan conservador que a su lado «El País» de Montevideo o «La Nación» de Buenos Aires pueden parecer medios comunistas, el veto de Vázquez a los artículos sobre el aborto de la Ley de Salud Reproductiva fue «un acto consecuente, razonado y valeroso», propio de «una figura política calificada y respetable», que sienta el precedente para que en toda América Latina se afirme el rechazo a las prácticas abortivas. El mensaje justificativo del veto que envió el mandatario de Uruguay al Parlamento ha sido reproducido en numerosos artículos, cartas a los diarios de organizaciones católicas y en las páginas electrónicas de grupos que, además de estar contra el aborto, se manifiestan contra los homosexuales, contra las uniones libres y contra toda otra práctica social que ofenda a su moral de corte reaccionario. La Red por la Vida y la Familia, por ejemplo, organizó una cadena de correos electrónicos de felicitación a Vázquez. En otra parte de la página de Internet donde se anuncia esta cadena aparece una lista de las que la Red considera «organizaciones anti vida»: Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la Organización Mundial de la Salud, la OEA, las Naciones Unidas...
Otro comentario de «El Mercurio», firmado por el ex ministro y ex diputado de la Democracia Cristiana Ignacio Walker, sostiene que, por venir de quien vienen, los argumentos contra el aborto de Tabaré Vázquez son más eficaces y más potentes que cualquier amenaza de los obispos uruguayos. «¡Brindo por el Presidente Tabaré Vázquez!», es el cierre de esa columna.
En Chile, son unos 150.000 cada año los abortos de los que se tiene noticia y de ellos solamente se sabe porque las mujeres llegan a los hospitales cuando ya no pueden soportar los dolores y las hemorragias provocadas por las prácticas más horribles. Son frecuentes los hallazgos de fetos en basurales y los partos sin atención alguna, de mujeres que trataron desesperadamente de ocultar sus embarazos. Otras, en el colmo de la desesperación, caen en el asesinato de los recién nacidos. El acto de un mandatario supuestamente progresista, convertido en ejemplo moral y político por la más reaccionaria y clerical de las derechas de la región, puede haber alejado un poco más cualquier intento de alivio del sufrimiento físico y psicológico de esas decenas de miles de chilenas.
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