Paysandú, Domingo 21 de Diciembre de 2008
Opinion | 14 Dic La ola de hurtos que azota últimamente al centro de la ciudad pone al flagelo de la inseguridad una vez más sobre la mesa.
En la edición de EL TELEGRAFO del pasado 11 de diciembre, la noticia publicada en la página 11 dentro de la sección Policiales bajo el título: «‘El Marito’» volvió a las andadas, lo retuvieron y escapó una vez más», enumera detalladamente el «raid» delictivo del «famoso» infractor infanto-juvenil. Sus andanzas incluyen varios robos en fincas de particulares y comercios, agresiones con armas blancas y hasta la posesión de un arma de fuego, así como un número llamativo de detenciones y otro tanto de huidas de dependencias del INAU.
No existen dudas que se trata de un joven enfermo y que por lo tanto requiere asistencia en un lugar acorde a su condición. De lo que tampoco nadie puede dudar, ya que resulta obvio, es de que el sistema en su conjunto «hace agua por todos lados».
En parte es entendible el fastidio de los efectivos policiales, quienes sostienen que en muchos casos mientras ellos son demorados ante el juez, los malvivientes entran por una puerta y salen por otra, siendo entregados a sus «responsables» sin más, malgastando tiempo y dinero en perseguirlos y apresarlos una y otra vez, como si se tratara de un juego de policías y ladrones, cuando dichos recursos se podrían utilizar en poner tras las rejas a malhechores de otra calaña.
A esto debe sumarse que en la gran mayoría de estos casos las figuras materna y paterna brillan por su ausencia y lo que es peor aún, la ley tampoco pareciera exigirles cuentas por los actos de sus hijos. Por otra parte, los beneficios que el sistema brinda a individuos como «El Marito», para quienes el único castigo aparente es engordar su foja de anotaciones policiales --la cual, dicho sea de paso, se borrará de un plumazo cuando el pequeño delincuente cumpla la mayoría de edad, igualándolo con cualquier hijo de vecino-- no hacen más que fomentar estas conductas desviadas, volviéndolas una especie de deporte, ya que excepto algún que otro mal rato ante el juez --siempre y cuando sean detenidos--, es gratis.
Ante lo expuesto, cualquiera que se detuviera a pensar podría concluir que no estamos condenados a más «Maritos» únicamente porque Dios es grande, ya que no existe nada –o al menos no pareciera haberlo-- realmente efectivo contra esta clase de «enfermos sociales».
Mientras a quienes tienen la potestad de cambiar las leyes no se les mueva un pelo -como si ellos vivieran dentro de una burbuja, totalmente ajenos a lo que sucede a su alrededor-- habrá que seguir masticando bronca.
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