Paysandú, Domingo 21 de Diciembre de 2008

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Locales | 14 Dic El ejercicio de
la autoridad 
En el mundo educativo uno de los aspectos más difíciles de conjugar adecuadamente es el mandar y el obedecer en el ámbito de la familia y la escuela. Es frecuente que los padres se quejen de que sus hijos no les hacen caso.
No se trata solo de mandar lo que hay que conseguir, sino que el otro obedezca, pero en clima de libertad. Cuando los chicos son pequeños, la obediencia puede ser fácil, pero a partir de los diez o doce años, el chico se rebela ante lo que no entiende y no obedece «por sí». El adolescente va desarrollando su independencia personal y quiere hacer las cosas con libertad.  Por eso los educadores (padres y profesores) han de aprender a mandar y enseñar a obedecer. Habrá que fijarse más en el cómo que en el contenido de lo que se manda.
En cuanto al cómo, habrá que evitar actuar al estilo feudal, como si los chicos fueran subordinados o siervos, o mandar que hagan un recado por comodidad personal. En este caso, como en otros, el ejemplo es un arma positiva. Si el padre ayuda en casa a poner la mesa o hacer otros pequeños servicios, los hijos verán como algo normal cuando se les diga que ellos también pueden hacerlo.
Lo que se mande ha de ser razonable y no arbitrario. Siempre que sea posible habrá que justificar el porqué de lo que se orienta. Quizás sea para la buena marcha de la familia, o para servir a los demás.
Otro aspecto a tener en cuenta es disponer de unas pocas normas básicas y bien conocidas y aceptadas por todos. No es positivo multiplicar las órdenes y las prohibiciones. Un escritor decía que la escuela era el lugar donde más órdenes se dan y menos se cumplen. Evidentemente este hecho no favorece el ejercicio de la autoridad ni la práctica de la obediencia. Tampoco deben hacerse promesas que no se piensan cumplir ni proferir amenazas que probablemente no se van a ejecutar.
Hay que mandar lo que razonablemente se pueda cumplir. No sería oportuno pretender que los chicos pequeños estuvieran quietos y callados durante mucho tiempo en el rato de estudio. Estos niños necesitan adquirir una serie de hábitos de estudio que en su momento los adquirirán.
Otro factor que deteriora la autoridad de padres y profesores es decir mentiras aunque sean piadosas y leves. Por ejemplo, cuando el padre dice que no está cuando recibe una llamada telefónica inoportuna o cuando no devuelve el dinero de más que le ha dado el dependiente del comercio. De estos hechos sacan los niños consecuencias morales y queda desautorizada la autoridad de los mayores. Curtois decía que «nadie engaña impunemente a un niño».
Para terminar, podemos decir que habría que mandar de forma que se respete la libertad del chico. Hay que enseñarle a pensar y decidir. Educar en libertad es difícil pero es lo más necesario.
Arturo Ramo García, inspector de Educación, Teruel (España)


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