Paysandú, Lunes 22 de Diciembre de 2008
Locales | 19 Dic La tardecita del lunes recortaba las últimas sombras del día cuando llegamos hasta la casa de don Vital Campos, en Constancia. No resultó difícil ubicarlo, pues apenas preguntamos un joven nos orientó. “¡Ah, sí, don Vital! Siga por esta calle, es la tercera casa frente al almacén”.
El hombre estaba sentado en el patio de entrada mientras al fondo y a un considerable volumen, una radio amplificaba la voz de un payador. Simpático y sorprendido por nuestra visita, enseguida nos invitó a tomar asiento y la charla surgió con fluidez.
Don Vital Campos nos contó que casi no fue a la escuela, nunca leyó un libro ni tuvo comunicación con cantores ni payadores. Sin embargo, siempre creó versos en base a lo que le tocó vivir. Pero antes de hablar de sus condiciones artísticas, comentó que es “jubilado de industria y comercio”. Por el año 1970 y trabajando en las canteras del Queguay, de don José Zeni, una imposibilidad lo alejó del trabajo. Aún recuerda que su patrón “era una persona muy correcta”.
Era picapedrero y tuvo también experiencias en la calera de Fiorelli. “Por aquellos años picaba piedra para MerWWWWWcedes, Bella Unión y para Azucarlito. La verdad que todo se olvidó muy rápido. Desde 1935 hasta el 1955 se trabajó intensamente en la producción de carbón vegetal, en Salto y Río Negro. Todo era a carbón”. También recuerda que trabajó en el obrador de Santa Clara y como carrero para el transporte de la producción. “Eran tiempos de la Guerra, cuando los vehículos marchaban a gasógeno. Mire, hasta aprendí cómo funcionaban los autos con ese tipo de combustible. Es una pena que todo eso se haya olvidado tan rápidamente”.
De ahí en más cumplió otras actividades, pero a través de su vida entera mantuvo su gusto por la poesía. Dice que comenzó a escribir a muy temprana edad. “Nací en Casa Blanca, un 14 de marzo de 1926”, comentó. Su padre era montaraz y “pero con el tiempo se hizo carbonero. Me crió entre los montes y en los trabajos de las carbonerías. Cuando ya tuve uso de razón nos vinimos para la zona de la estancia de La Constancia”, donde se desarrolló intensamente la producción de carbón y arrozales.
“Fui dos o tres meses a la escuela, porque antes no exigían tanto a los gurises para que fueran a la escuela. En el año 1936 mi padre se fue a las costas del río Queguay arriba -- frente a Piedras Coloradas, en la estancia La Gambeta-- donde había también algunas carbonerías. También en la estancia La Orientala, pegado a Sandupay, de unos de apellido Belvisi --planté en la chacra para un tal Fumeaux-- durante unos tres años. O sea que prácticamente nací y me crié en las carbonerías”. “Por eso conozco la vida del hachero, de montear, de cortar el árbol de raíz y de carbonero. Si hay algún trabajo del que sé, es ese”.
A punto de cumplir 83 años narra que “en una altura de mi vida tuve un poco de mala suerte, viví casi siempre solo”. Tiene tres hermanos casados y una hermana. “No tuve mucha suerte en la familia, pero tengo hijas, una de ellas casada que vive en el barrio, pero yo vivo solo. Cuando me dieron la vivienda, yo trabajaba en la granja de don Miguel Fregossi. Para mí vivir en Constancia es una paz: la gente no molesta, todos son muy buenos vecinos. La vida siempre fue linda, pero hay que saber vivirla. Porque si me dan a elegir algunas partes, entre los 25 a los 40 años me quedo con la manera en que se vivía antes, con el respeto que había entre la familia y la juventud. Pero la comodidad material no me inquieta, porque yo me crié no con la luz del farol, sino con la luz de los fogones”.
Como ha ocurrido en otros casos, sobre el final de la charla el protagonista de esta historia nos regaló uno de sus versos.
“Qué cosa linda es la vida cuando no falta el amor, aunque no es del todo peor si usted con amor la cuida. Por honda que sea la herida siempre hay con que curarla. La endulza a veces la charla de algún paisano ladino, si no es con caña o con vino suele emborracharla. Cuando la vida es amarga es porque sobra razón, pero el criollo con canciones siempre aliviana la carga. Como la vida no es larga merece ser bien cuidada, no tenerla abandonada y no hacer las cosas al revés.
Muchas veces en un traspié, la vida queda en la nada. A la vida hay que adornarla lo más lindo que se pueda, cuando una pena se enreda con paciencia hay que arrancarla. Por buen camino llevarla donde no haya padecer, muchas veces es la mujer la que ocasiona el pesar, pero nunca hay que olvidar que fue la que nos dio el ser.
No sé si será el destino que a veces un mal ocasiona, o alguna mala persona que se cruce en el camino. Cuando el hombre pierde el tino la vida es un desconcierto, pero hay que actuar con acierto cambiando el rumbo enseguida, porque es muy corta la vida, para lo que hay que estar muerto”.
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