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Paysandú, Viernes 26 de Diciembre de 2008

PAYSANDÚ INTERIOR

OLGA FRANCOLINO La querida maestra rural

Locales | 26 Dic En reciente entrevista a Gladys Long, la dama relató —entre sus recuerdos de la niñez, por el año 1955-- que había concurrido a la Escuela 86 de Meseta de Artigas, y en cierto momento mencionó a su primera maestra, Olga Francolino.
Poco después, un hermano de dicha educadora, la llamó para comentarle que ésta había leído el artículo en EL TELEGRAFO.
“Cuando leí aquel artículo se me caían las lágrimas. Realmente no lo podía creer. Resultó algo muy fuerte y removedor para mí”, narró Olga, quien recibió a EL TELEGRAFO en su casa de la zona céntrica de la ciudad.
Por supuesto que la intención de la charla era encontrar un punto de contacto entre lo relatado por Gladys y los recuerdos de Olga, de túnica blanca y portafolios cargados de cuadernos.
“No pensaba ser maestra, era pupila en Las Teresianas e hice los preparatorios de medicina, y como extrañaba horrores me volví para Paysandú para hacer magisterio. Por aquel entonces eran cuatro años, un ingreso y tres años. Me recibí de maestra en diciembre y en marzo del año siguiente ya me dieron la escuela. Así que la primera escuela que tuve a mi cargo fue la de Meseta de Artigas en el año 1955, porque yo me recibí en el 54”, repasa rápidamente.
“Me llama el inspector y me dice: ‘mirá hay una escuela para abrirse en Meseta de Atigas dentro del casco de la estancia Santa Sofía’. Lo recuerdo perfectamente; cuando me la entregaron era un salón, un bañito y una bandera, que la colgué en el patio. Cuando llegué a la escuela comenzaron a llegar los niños. Eran treinta y apenas teníamos diez bancos, es decir que no teníamos ni donde sentarnos. El primer día de clases nos ubicamos todos debajo de los árboles”, recordó.
“Yo abrí la escuela el primer día hábil de marzo y de marzo a agosto fue cuando la oficializaron. Durante todo ese tiempo –con varios vecinos que me ayudaron– hicimos varias quermeses y pudimos recaudar para todo lo que faltaba en la escuela. Yo no tenía donde sentarme; en la estancia, el ingeniero Juanicó me prestó una mesa y una silla. Pero yo estaba chocha, viajaba los lunes y me venía los viernes para Paysandú. Recuerdo que me llevó papá en el auto y por aquel entonces yo tenía veinte años –era una gurisa– pero por aquellos años, veinte años eran diferentes a los de ahora”, dijo.
“Como en el local escolar no había lugar, me quedaba en la estancia, era como una más de la familia. Recuerdo que la escuela estaba ubicada dentro de un predio del Instituto Nacional de Colonización. A fin de año me presenté a un concurso de direcciones en Montevideo y como quería seguir estudiando hice segundo grado y la licenciatura de psicología, aproveché que mi hermano se iba a estudiar abogacía. Así me desvinculé de la escuelita y de su entorno. Tiempo después me casé y me fui a vivir al Espinillar en Salto. No imaginas lo que esa gente significó para mí. Cuando vi la nota de Gladys en el Diario me pasé todo el día llorando. Hace algunos días tuvimos un encuentro en la escuela para la fiesta de fin de cursos, fue una belleza”.
Confesó que siempre se sintió docente, porque cuando se mudó a Tucumán se vinculó enseguida con la escuela. Luego, viviendo en Paraguay, formó parte de la comisión de padres de la escuela de Artigas en Asunción; además, su hija era la ingeniera agrónoma de la escuela.
También tuvo una relación muy fuerte con la Cruz Roja, tanto en Paraguay, en Tucumán y acá en Paysandú.
Olga nunca imaginó este momento de reencuentros, porque la vida misma la fue desvinculando de aquellas personas. “Es increíble, pero ese año en Chapicuy se me fue volando. Me fui por un tema exclusivamente de estudios, porque el entorno era espectacular”.
Orgullosa contó haber fundado tres escuelas: la de Meseta de Artigas, La de Espinillar y la 117 del barrio Ceibal en Salto, de las que guarda gratísimos recuerdos.


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