Paysandú, Jueves 01 de Enero de 2009
Locales | 29 Dic (Por Oyarle)
Ingresamos respetando estrictamente la disposición anunciada en un severo cartel enlosado del que sólo unos pequeños raspones son prueba de que ya ha superado los cien años: “Por orden del Comisario se prohíbe entrar armado y con sombrero al despacho de bebidas. Orden policial. Febrero 1892”.
Entramos a la primera sala donde según los anuncios publicitarios, podríamos comprar una Bidú para los chicos, beber nosotros una Lusera o una Havana, pedir para la señora que está con dolor de cabeza un Geniol y ¿por qué no?, probarnos un sombrero Borsalino confeccionados por “Borsalino, Giuseppe e fratello”.
EL MUSEO
En realidad estamos comenzando nuestra visita al Museo Custodio del Ford T, inaugurado en el marco del Encuentro Internacional del Centenario del Ford T desarrollado en diciembre en Tacuarembó.
“Cuando papá muere, con sólo 56 años, me di cuenta que uno pasa por la vida y no deja nada y como máximo nos recuerda un bisnieto. Así comienza el sueño de crear el museo. Crear el museo significa para mí que aunque pasase el tiempo y la vida, siempre estaremos vivos el Museo y yo”, sostiene Eduardo Custodio, impulsor del Encuentro y hacedor del museo. Establece luego que el objetivo del Museo es “legar a las nuevas generaciones una muestra viva del pasado”.
LOS “BOLICHES”
Al comenzar la recorrida nos encontramos con dos salas. La primera remeda un “despacho de bebidas”, donde podemos jugar un casín en la enorme mesa de billar, escuchar a Gardel en un disco de pasta, si le damos cuerda a la vitrola mientras observamos en las paredes, apabullados, toda clase de anuncios que nos ofrecen desde la pólvora “Principe Fernando” hasta “aquellas” Coca Colas, la posibilidad de “armar” un tabaco con papel Job o hacer una llamada por intermedio de la Compañía de Teléfonos de Montevideo.
El salón contiguo presenta artículos más hogareños, destacándose un enorme mueble de almacén donde se aprecia toda clase de fideos sueltos a través de los visores de vidrio de la cajonera, mientras que la “monstruosa” caja registradora está pronta para recibir los “vintenes”, acaso destinados a pagar el café molido en un robusto molino de mano.
Antes de retirarnos de esta zona es conveniente prestar atención a la advertencia estampada en chapa: “Prohibido galopar por las calles del pueblo” o recordar que hay allí una “Agencia de El Día y El Ideal de Montevideo”.
SORPRESAS
Inmediatamente sorprende un “Taller de fraguado y tornería” que exhibe -impecables- una fragua con un enorme fuelle manual que data de 1850 y un torno metálico del año 1880.
Pero el automóvil es pasión y entonces, en el museo se encuentra no uno ni dos sino dieciocho Ford T impecablemente encabezados por el Town Car “de película” y con modelos que incluyen entre otros “chatitas”, Delibery wagons, Runabouts y Coupelets. Y porque no podían faltar, los cinco automóviles que ocuparon los primeros lugares en la elección del siglo realizada por 160 especialistas del todo el mundo: por supuesto el Ford T, el primero, y luego un Mini Cooper, un Volkswagen “escarabajo” de 1952 y un Porsche 911. La sección de transporte se complementa con tractores de otras épocas y “estaciones de servicio”, con surtidores de combustibles y otros implementos de los años ’20, aunque no falta alguna “jardinera” tirada por un caballo.
LOS “T”
Como para completar una jornada de recuerdos, sorpresas, evocaciones y descubrimientos, tras pasar por la sala de conferencia dotada de asientos de tanta antigüedad que uno se siente transportado a otros siglos, nos encontramos con tal exposición que parece un catálogo de la empresa Ford de alrededor de 1910, pero “en vivo y en directo”, pues allí están más ejemplares de Ford T de lo que se puede imaginar. Y todos impecablemente restaurados, en perfectas condiciones de funcionamiento, con sus partes de madera totalmente restauradas, sus bronces brillando y su pintura reluciente. Toda una variedad que todo aquel que alguna vez manejó un automóvil siente necesidad de tocar, de sentarse en su puesto de conducción, de levantar el capó y ensuciarse las manos con una mancha de aceite que brilla en el metal centenario.
DEL PASADO AL FUTURO
Eduardo Custodio lleva catorce años restaurando sus automóviles, pero “en la crisis de2002 tuve que parar y cuando paré de restaurar los autos, por el costo que tiene hacerlo, empecé a comprar chapas y cosas y así empezó la historia”. Así se fue gestando el Museo.
Sobre el futuro, el coleccionista dijo a EL TELEGRAFO: “La idea que tenemos es una fundación y también pensamos en armar un hotel, hacer un complejo turístico”.
“Pensamos que la fundación pueda hacer uso de las piezas, pero no venderlas”. Actualmente, pasada la intensa actividad del Encuentro del Centenario del Ford T, se estudia la forma en que el museo será abierto al público.
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