Locales | 02 Ene Al recorrer el interior departamental pocas veces hemos hecho referencia a las principales rutas nacionales que cruzan el territorio sanducero. En esta oportunidad, de viaje hacia el este por la Ruta 26, que atraviesa la zona norte del país, nos detuvimos a observar los puentes, construidos en su mayoría en la década de 1960. En el trayecto hasta Tacuarembó contabilizamos 13 sólidos tendidos que sortean cañadas, arroyos y ríos. Aunque vanguardistas en su época, la mayoría requieren ya, al igual que la propia ruta, un adecuado tratamiento.
En el kilómetro 40,300 el puente se extiende sobre el arroyo Araújo. Doce kilómetros más adelente, a la altura del 52,400 otro cruza el arroyo Soto y en el kilómetro 76,300 uno más de concreto dibuja su imagen sobre el arroyo Campamento.
En el kilómetro 78,400 otro tendido permite sortear el arroyo Buricayupí, mientras unos metros al norte, entre la tupida vegetación se alcanza a distinguir la vieja calzada de piedras del antiguo trazado. Más adelante, trescientos metros después del mojón del 141 hay dos puentes: el del arroyo Laureles y el del arroyo Perdido. Poco después, en el 147, asoma el arroyo Potrero y en el kilómetro 151 el puente sobre el río Queguay Chico, que advierte que no mucho más lejos el viajero encontrará el Queguay Grande. Unos once kilómetros después, dejando atrás el mojón 162 está el puente sobre el arroyo Corrales.
Menos de cuatro kilómetros lo separan de la Cañada de la Manguera, en el 166, mientras que en el 170 se extiende otro sobre la cañada de Los mimbres.
En el tramo final, antes de llegar a la radial de Tambores, en el kilómetro 180 encontramos el puente sobre la Cañada de los Juncos y finalmente, en el 191 el puente sobre el río Queguay.
Es impresionante observar cómo estas obras se clavan cual dagas en la topografía, permitiendo hace ya casi cincuenta años sortear los diferentes cauces que bañan el departamento.