Paysandú, Sábado 03 de Enero de 2009
Opinion | 31 Dic Por estas fechas, al evaluar el saldo del año que se va, seguramente en nuestro fuero íntimo cada uno considerará que muchas cosas que pensábamos se iban a concretar, han quedado por el camino, con la expectativa cierta que en 2009 tengamos la posibilidad de materializar algunos de esos sueños.
Es decir, que en la continuidad de la vida y el tiempo, al que los seres humanos simplemente dividimos para organizarnos, el pasar raya sirve para trazarnos metas y considerar que es el momento de corregir errores, reconocer las fallas y potenciar las virtudes.
Es que con el paso de los años, a medida que maduramos, íntimamente asumimos que aquellas cosas materiales a las que en su momento dábamos tanta importancia, van perdiendo valor ante las pequeñas grandes cosas de la vida, que son las que vale la pena atesorar y transmitir a nuestros hijos y nietos.
Pero estamos inmersos en el mundo, en una sociedad consumista, donde se cultivan valores que van evolucionando con el paso de las décadas, y no siempre para bien. Es el mundo que tenemos y no es tan fácil cambiarlo a gusto, sino que la alternativa es adaptarnos a él y en lo posible cultivar en nuestro entorno determinada escala de valores, por más que no encajen en los que están primando en amplios sectores de la sociedad.
Es que como indica la sentencia bíblica, no solo de pan vive el hombre, sino que la intangible felicidad que todos buscamos se construye de las más variadas formas, según los sueños de cada uno, que no necesariamente coinciden con los de quienes tenemos al lado.
Tampoco debemos caer en la ilusión de que las reflexiones ante un nuevo año, en un momento de pausa para la evaluación, alcanzarán para disipar las preocupaciones de todos los días, por la situación económica, los problemas laborales y familiares, las aspiraciones que demoran en concretarse, los estudios que no marchan como quisiéramos. Tras el momento de soledad y de rendirse cuentas a uno mismo, por regla general no pasan muchos días antes de que ingresemos en la vorágine de todos los días, en los que las prioridades reaparecen sin que tengamos tiempo de reordenar la mente bajo el peso de la razón.
Y el arrastre de la rutina precisamente nos plantea desafíos que resultan imposibles de soslayar, porque no vivimos en una burbuja, y aislarse de todo lo que nos rodea tiene un precio que no siempre estamos dispuestos a pagar, por más disquisiciones filosóficas que ensayemos, a contramano de las reglas de juego.
Así, este 2009 se plantea a los uruguayos, como en tantos otros países, la perspectiva de una crisis que ya está instalada en las economías desarrolladas y que se está insinuando por estas latitudes, con o sin “blindajes”, y que entre otras consecuencias negativas podría por la vía de la economía echar por tierra muchos de nuestros deseos de un año distinto y mejor.
La experiencia indica que desde que el mundo es mundo los ciclos económicos van y vienen, y en nuestro caso el más cercano que tenemos en nuestro país es la debacle de 2002, es decir hace solo seis años.
Y aunque la adversidad nos golpeó duro, y llegamos a la crisis económica más aguda de que tengamos memoria, debemos tener presente que casi sin darnos cuenta, en menos de un año fuimos saliendo, y al poco tiempo tuvimos instalada una bonanza que fue favorecida, indudablemente, por las circunstancias del comercio internacional, pero en la que ni aún los más optimistas creían que podía llegar tan pronto.
Es cierto, en esta oportunidad el entorno internacional no solo no nos favorece, sino que es el problema, y ocurre en el mundo al que le vendemos nuestros productos, pero también debemos tener presente que durante encrucijadas como las que se plantean aparecen las oportunidades, sobre todo para países como el nuestro, cuya producción de relativo volumen puede perfectamente nutrirse de nichos de mercado que se presenten accesibles.
Y si hemos podido superar en escaso tiempo debacles como las que se dieran hace tan poco, corresponde abrir una cuota de optimismo respecto a que los uruguayos sabremos también capear este temporal casi sin advertirlo, para lo que será fundamental tener una actitud positiva respecto al futuro, apostando a que lo bueno recién está por venir si luchamos con fe por aquello en lo que creemos.
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