HISTORIA: 1864

Locales | 31 Dic
El relato del Padre Vidal continúa de la siguiente manera:
“Con toda calma, como si ningún peligro le amenazase, la levantó de nuevo y comenzó a asegurarla en el sitio donde antes flameaba”.
“Los artilleros enemigos, al ver aquel acto de temeridad, empezaron a dirigir la mira de sus tiros a aquel intrépido, que así parecía burlarse de ellos. Varios de los proyectiles le pasaron muy cerca, casi rozándolo, pero el valeroso teniente hizo como si no hablasen con él y siguió su tarea hasta que se convenció de que el asta estaba bien asegurada; después de lo cual, se cuadró junto a ella, saludó militarmente a la enseña de la Patria y se volvió por el camino por donde había ido, mientras las balas enemigas seguían saludándole con intenciones nada benignas por cierto”.
“Llegaba al final de la bóveda, y ya estaba por bajar de ella para refugiarse en la garita, cuando un proyectil bien dirigido pegó bajo sus mismos pies, levantando un montón de escombros, de entre los cuales saltó el teniente con un salto inverosímil, cayendo todo cubierto de cal y de polvo, pero ileso, sobre el semiderrumbado techo del atrio, de dónde pudo ganar la garita burlándose de la poca puntería de sus adversarios y como si hubiese hecho la cosa más natural del mundo”.
“Fue este teniente Encina uno de los que sobrevivieron a la destrucción y toma de la ciudad, y siguió prestando servicios a la Patria. Años más tarde, integrando una partida de hombres que perseguían a los matreros, por los montes de Tacuarembó, perdió la vida en un encuentro con ellos”.
“Aún cuando nunca se pensó en rendir el merecido homenaje a este oscuro soldado de la Patria por el acto de heroísmo realizado al levantar el pabellón patrio, abatido en aquella ocasión, me pareció el hecho digno de figuras en estas Estampas. Siempre será hermoso recordar a los que han expuesto su propia vida antes que permitir ver humillada y abatida la sagrada enseña de nuestra Patria”.