Paysandú, Miércoles 07 de Enero de 2009
Opinion | 02 Ene Al asomarse ya 2009 muchos uruguayos abrigamos fundados temores ante un año que se inicia teñido de la incertidumbre derivada de la crisis internacional, lo que no es un subjetivismo caprichoso sino una manifestación legítima de las expectativas que cada uno de nosotros tiene.
Pero también cultivamos la esperanza de que al fin de cuentas las cosas no resulten tan complicadas, pues a esta altura del tercer milenio habrá mecanismos para atenuar el impacto en los países desarrollados y por ende la repercusión en nuestra vulnerable economía.
Claro, una cosa es evaluarlo como expresión de deseos para el nuevo año y otra muy distinta considerar que la crisis solo nos va a sobrevolar y que estaremos en condiciones de acomodar el cuerpo a la espera de una nueva bonanza. Por lo pronto debe ponderarse en este escenario el alto consumo en Navidad, por lo menos en Paysandú, donde un relevamiento del Centro Comercial e Industrial da cuenta de un incremento en las ventas respecto a igual período de 2007, con una tónica que no solo se ha dado en nuestro departamento y que es sin dudas el arrastre de una fiebre consumista que se gestó como consecuencia de sucesivos años de bonanza y circunstancias especiales que se han dado sobre fines de 2008.
Es cierto, hemos estado ante pagos de medio aguinaldo, retroactividades salariales y canastas en el caso de los pasivos, que son recursos que se reciclan en el medio y que llevan a realimentar la cadena de pagos en beneficio general, con repercusión positiva en la calidad de vida del promedio de la población.
Pero no es secreto para nadie que el sector exportador ya está sintiendo los efectos de la crisis, que Paysandú ha sido uno de los primeros departamentos en sentir los del desempleo y envíos al seguro de paro, que además de la incertidumbre también significa menos dinero en poder de las familias y por ende un retaceo de recursos a la plaza.
Estamos hasta ahora ante manifestaciones aparentemente contradictorias respecto a un mismo fenómeno, aunque del análisis de causas y consecuencias surgen claramente los por qué. Es que el ciudadano común, el trabajador, muchos pasivos y sectores que se dinamizan especialmente para las festividades de fin de año, se han encontrado con un flujo muy significativo de recursos extra que han volcado a la plaza con el convencimiento, muy afín a nuestra idiosincrasia, de que se debe vivir el momento, que en el futuro Dios proveerá y si no es así, se verá.
Y al fin de cuentas esa perspectiva no es de extrañarse, porque quien más quien menos tiene la expectativa de que si hay complicaciones, tarde o temprano aparecerá el viejo Estado benefactor, para hacer que la caída sea más suave. Un consuelo que desde el punto de vista sicológico sería hasta una buena terapia, porque mantiene viva la esperanza, pero también significa un alto contenido de autoengaño, porque el Estado solo maneja la plata que todos ponemos en ventanilla de los organismos recaudadores por el pago de tributos y cargas sociales.
El empresario lo sabe bien, porque es el que siente más directamente la presión tributaria. Y si le va mal con la crisis, le queda fundirse o pasarse a la informalidad, para subsistir hasta donde pueda, pero seguramente muchas familias que integran su plantilla laboral correrán con él la misma suerte.
En Estados Unidos, donde se originó la crisis, las ventas navideñas cayeron estrepitosamente este año, llegando a los niveles más bajos de las últimas cuatro décadas, por lo que se han manifestado los efectos de la crisis pero también una actitud distinta a la nuestra en cuanto a idiosincrasia, pues han sido muy selectivos en las compras, pese a tratarse del país en el que más se estimula el consumo.
Retraerse en el consumo tiene sus pro y sus contra, desde que quien cuida en exceso el dinero a la vez recorta gastos que quiérase o no son los ingresos de quienes proveen bienes y servicios, y cuando un eslabón de la cadena se corta, el resto siente el impacto.
Quien sí debe ahorrar siempre, pero sobre todo en las crisis, es el Estado, que detrae dinero de los sectores reales de la economía y no los devuelve, particularmente en países como Uruguay. Por lo tanto, por aquí pasa la mejor respuesta a la crisis, y esperamos que nuestro país desde ya, aún tarde, esté en consonancia con el desafío que ello representa, pese a las tentaciones del año electoral.
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