Paysandú, Sábado 10 de Enero de 2009
Opinion | 04 Ene Con “blindajes” a medias y muchas vulnerabilidades, América Latina ingresa en 2009 como una de las regiones que teóricamente debería ser de las más afectadas por la crisis internacional, si evaluamos su situación desde el punto de vista histórico. La experiencia indica precisamente que en nuestro subcontinente al subdesarrollo de los respectivos países se ha agregado el factor negativo de gobiernos que han tenido escasa disposición a corregir defectos estructurales y que en cambio se han preocupado más por la suerte que correrán en la siguiente elección.
Empero, esta vez la crisis viene del lado de las naciones desarrolladas, que pagan culpas propias por crear una burbuja de precios que se ha desinflado y están adoptando costosas medidas para contener el efecto dominó de la catástrofe financiera. De cualquier manera, como sucede invariablemente, los efectos de la crisis se trasladarán al mundo en desarrollo y América Latina no será la excepción.
En esta oportunidad la diferencia radica en que la región fue de las más beneficiada por el boom de los precios internacionales de las materias primas, y las “vacas gordas” tuvieron la virtud de hacer ingresar cuantiosos recursos a las naciones productoras, que por supuesto no son todas, porque a la vez hay diferentes situaciones, según las previsiones y políticas de cada gobierno.
Ante la crisis los que pueden acomodar mejor el cuerpo son los países que tuvieron la visión de desarrollar políticas contracíclicas, es decir contener el gasto público en momentos de expansión, para volcar ese colchón de recursos a atender los efectos de las crisis que inevitablemente sobrevendrían --como ha ocurrido-- antes de lo que se esperaba.
De acuerdo a un análisis sobre el tema que encara Juan Pablo Rioseco, de América Economía, para la revista “El Empresario”, del diario El País, en gran medida los países que han podido crear ese colchón de recursos lo han logrado más por casualidad que por la intención de instrumentar medidas contracíclicas, al punto que señala que “lo cierto es que el gasto no fue elaborado con la intención de estimular la actividad, sino que simplemente los gobiernos pensaban que iban a tener más ingresos que los que en realidad tendrán”.
Por lo tanto, al hacer previsiones sobre los precios anteriores a la crisis, en la región se ha incorporado un nuevo escenario, en el que “los países que lograron ahorrar en tiempos de vacas gordas pueden aguantar, pero los que tienen el chanchito vacío deberán salir a buscar dinero afuera, lo que no es fácil”.
Y en la media tabla del ranking de no previsores se encuentra Uruguay, con la salvedad de que los que le siguen para abajo son los países centroamericanos, que por lo general no se beneficiaron con el ingreso de dinero por los buenos precios de la materia prima, simplemente porque no la producen.
Quiere decir, en buen romance, que estas naciones no tuvieron la oportunidad, como sí la tuvo Uruguay, de disponer criteriosamente de los ingresos adicionales y realmente llevar adelante políticas de contención del gasto durante la bonanza, para atemperar los efectos de la crisis que se instalará en 2009, aunque siempre abriguemos la secreta esperanza de que no resulte tan grave.
Es que no solo se gastó el dinero que ingresó de más, sino que se ha incorporado un gasto público muy generoso en año electoral, sobre la base de ingresos estimados cuando los valores de nuestras materias primas estaban por las nubes, y todo indica que la realidad va a ser muy distinta este año, ante la caída acentuada de precios.
A ello se agregará un crédito internacional muy exigente y de escasa disponibilidad, por lo que los países que necesiten apoyo externo lo van a pagar caro, en relación directa al tiempo que dure la crisis.
Y este es precisamente el gran dilema, sobre el que ningún economista avezado se atreve a formular pronósticos, porque mucho más problemático que la profundidad del pozo va ser su duración. Si este escenario se traslada más allá de 2009, el blindaje que nuestro gobierno afirma tener para hacer frente al desafío, va a ir desapareciendo y nos encontraremos con un 2010 particularmente difícil. Sobre todo para el gobierno que surja de la voluntad popular en las elecciones, que va a cargar con el fardo de las imprevisiones del actual.
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