Paysandú, Miércoles 14 de Enero de 2009
Opinion | 11 Ene También en el ejercicio del gobierno –sobre todo, mejor dicho-- importa tanto el fondo de las cosas como la forma, desde que hay actitudes que conllevan mensajes negativos, pese a que se intente disfrazarlo con enunciados de buenas intenciones y muchas veces también restando importancia a la entidad de los reclamos que no se atienden en tiempo y forma.
La persistente sequía que afecta al Uruguay y a gran parte de la región –nuestros hermanos entrerrianos están en similar situación-- ha dado lugar a que en los últimos días y semanas desde el sector agropecuario reclamen medidas paliativas al gobierno, el que sin dudas apostó a que con el paso del tiempo caería alguna lluvia que permitiría acallar en buena medida las voces que se alzan desde las gremiales y productores al agudizarse los problemas.
Para mala suerte de nuestro campo, del gobierno y de todos los uruguayos, las lluvias siguen brillando por su ausencia, y lejos de disiparse el malestar del sector, que primero dio lugar a expresiones más o menos veladas de reproches al Poder Ejecutivo por su inacción, se ha pasado al cuestionamiento a viva voz de la actitud prescindente de determinados jerarcas que siguen encerrados en su visión montevideana del país, y que consideran que por larga que sea la seca, el día que llueva se arreglan como por arte de magia todos los males.
No hace mucho, cuando la falta de agua era ostensible pero sin llegar ni por asomo al déficit de hoy, el prosecretario de la Presidencia, Jorge Vázquez, reprochó a los productores por no haber tomado providencias ante la sequía cuando según él sus ingresos eran fabulosos y les sobraba dinero para invertir a más no poder en tajamares e instalaciones de todo tipo para poder tener agua cuando se manifestara la escasez.
Por supuesto, esta visión refleja no solo ignorancia del tema sino también un perfil ideológico del comentario, poniendo de un lado a los terratenientes que viven bien y solo saben quejarse, y del otro lado a los otros ciudadanos, preferentemente montevideanos, cuyos problemas se ven agudizados porque los productores se llevan la parte del león y solo dejan migajas para el resto.
Más recientemente, el ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Ing. Agr. Ernesto Agazzi, se decidió a constatar personalmente la real entidad de la sequía y sobrevoló zonas afectadas desde un helicóptero, viaje tras el cual comentó que parecía que la cosa no era tan grave como se decía y que solo un 14 por ciento del país estaba afectado de entidad.
Semejante comentario ante quienes cada vez están más desesperados porque pierden animales, cosechas y posibilidad de recuperarse de la caída de los precios internacionales, provocó la lógica reacción de gremiales, que acusaron al ministro de dar un “paseíto” en el aire solo para cumplir, sin tomar contacto con la gente del campo -- para quien se supone trabaja desde este alto puesto-- y conocer directamente sus necesidades, reclamos y propuestas para salir del paso.
Desde los gobiernos departamentales se actúa por lo general de otra manera, por cuanto existe una interrelación muy distinta, una compenetración de la importancia que reviste el motor agropecuario para nuestra economía y, dentro de sus posibilidades, en una amplia gama de situaciones, se está procurando compensar la débil respuesta del gobierno nacional, que está razonando recién ahora que algo malo podría ocurrir si no se hace algo.
Hay productores que ya han cerrado sus tambos, perdido praderas, casi la totalidad de los cultivos forrajeros de verano, con represas y tajamares secos, con animales ya muriendo y vacas de tambo marchando al frigorífico para conserva, en tanto en el área agrícola las cosas van por similar camino y naturalmente es impensable que de este estado de cosas se pueda salir en un mes o en una zafra.
Es decir que hay daños irreversibles en el corto plazo al aparato productivo nacional, y si bien el Poder Ejecutivo no tiene la culpa de que se dé este fenómeno, sí está entre sus competencias y deberes atender sus consecuencias y la adopción de medidas que apuntan a minimizar los efectos, con sensibilidad ante la gente de campo a la que aplica sin piedad impuestos para el funcionamiento del Estado, pero para la que tiene mil y un reparos a la hora en que requiere apoyo, con el argumento de que la situación no es tan grave.
Claro, en tanto las vacas no lleguen en manada a buscar agua a las fuentes del hormigón montevideano, podrán seguir diciendo que no pasa nada. Pero ya va a ser muy tarde para para justificar lo injustificable, aún ante quienes sepan poco y nada de la vida del campo.
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