Paysandú, Domingo 18 de Enero de 2009

Nadie es perfecto

Donde fuimos a parar

Locales | 18 Ene (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos). El termómetro del tablero del auto marcaba 5 grados Fahrenheit, es decir 15 centígrados bajo cero. La madrugada, obviamente, estaba muy fría.
Y aun así, había que repartir los diarios para que los suscriptores pudieran recogerlos temprano en la mañana.
Las piernas, especialmente, sentían el intenso frío, pese a que la calefacción estaba al máximo, debido a que con las ventanillas abiertas, no había forma de mantener una temperatura agradable.  El frío duele, ¡vaya que duele!
Pero estamos en pleno enero. Y aquí en el norte de New Jersey, como en otras partes de Estados Unidos, el frío se ha instalado como dueño y señor mío.
Tras completar la ruta de periódicos, unas horas de sueño eran bienvenidas.
Pero la cama, también estaba --brrrr-- helada. Al fin el cansancio pudo más y llegó el descanso. En eso estaba cuando el teléfono sonó impertinente. De mal humor contesté, pero pronto cambié el estado de ánimo cuando me enteré que se trataba de una oferta de trabajo. ¡Aleluya! En 15 minutos estaba conduciendo camino al mismo depósito donde cada madrugada levanto los periódicos, en busca de esa posibilidad de trabajo.
Ahora, además de cumplir cada madrugada con la ruta de periódicos, cada mañana, conduzco por diferentes ciudades del área, algunas ya conocidas como Morristown, Flanders, Morris Plains o Boonton, y otras de las que jamás había escuchado, como Towaco o Kinnelon.
El trabajo es también de reparto de periódicos, pero asistiendo a aquellos clientes que no recibieron sus diarios en la madrugada y en vez de solicitar que se les acredite en su cuenta piden que ese mismo día se les entregue el periódico.
Hay que hablar con los clientes, los que frecuentemente están de mal humor, por la no entrega en tiempo y forma. Pero después de conversar un par de minutos, casi siempre terminan agradeciendo el servicio. Y de ahí al siguiente cliente no correctamente atendido.
Una vez más, por encima de la crisis que resulta innegable y de la cada vez mayor desocupación, si se busca sin desfallecer, el trabajo llega. El tiempo de espera es mayor que en años o incluso meses anteriores, pero hay oportunidades.
Quizás no las mejores, no las que reconfortarían el alma, pero  como siempre ha sucedido, en todas partes del mundo, quien elige ser emigrante, también acepta ser “todólogo”.
Ayer pudo ser periodista y cumplir como tal sin inconvenientes y sin contradicciones éticas. Más adelante pudo repartir pizza con el rostro en alto y la sonrisa en los labios, tratando de cumplir con los requerimientos del cliente.
Hoy se puede repartir diarios con el mismo objetivo y, de nuevo, sin contradicciones éticas.
Todo inmigrante, cualquier inmigrante, en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo hace camino al andar en terreno desconocido cumpliendo tareas que nunca esperó, pero que rápidamente aprende y desarrolla con desenvoltura y eficiencia.
Solo se trata de encontrar un sitio en una sociedad que no le es propia, pero en la que participa activamente. El sitio, a veces, es el mismo que deseaba y esperaba, pero en general se termina trabajando en profesiones o empleos bastante diferentes a aquellos desarrollados en el paisito.
Es exactamente como canta Jaime Roos en “Los Olímpicos”: “... trabaja de soldador./ Ahora tiene colachata/ alfombra y calefacción./ Parece cosa de locos/ le va cada vez peor”.
Frecuentemente, la realidad económica --aun en plena crisis-- es mejor que aquella que se vivía en el paisito, pero en verdad, ser de allá y no ser de aquí, duele.
Algunos, lo aceptan abiertamente lo mismo que la realidad que eligieron vivir. Otros, la niegan e incluso solo exponen públicamente los defectos del lugar que llevan --quieran o no-- en el corazón.
Ser inmigrante es ver endurecer el alma, fortalecer el espíritu y debilitar el corazón. Es estar dispuesto a volver a empezar tantas veces como sea necesario. Es ser y estar aquí y ahora, pero al mismo tiempo allá y siempre.
Ser inmigrante es una realidad hoy como hace miles de años. Queridos o despreciados, han sido y somos embajadores de nuestras propias culturas y parte esencial de ésta, la aldea mundial.
Y aquí y ahora, aguantamos. Aunque como canta Jaime ¡congelados!


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