Paysandú, Lunes 19 de Enero de 2009

El asunto era cerrarla y después...

Opinion | 13 Ene Con una rapidez que contrasta con los tiempos que se toma el Estado para hacer realidad proyectos, el actual gobierno cerró en su momento la Escuela de Hortifruticultura ubicada sobre Avenida de las Américas, con la excusa de que en poco tiempo, pese a haber arrasado con ese proyecto cual Atila, crearía una alternativa en base a cursos de la Escuela Técnica en apoyo de personas de toda edad para una formación acorde a la demanda de mano de obra.
Fue relativamente fácil, con argumentos que sonaron más a excusa que a una evaluación desapasionada de la realidad, desarticular un proyecto que nació por iniciativa de la propia comunidad sanducera a través de una entidad de beneficio social, en el marco del apoyo a la difícil tarea del Hogar de Varones Nº2, con la promesa de que en adelante las cosas se harían con seriedad, atendiendo necesidades de formación que a juicio de los detractores estaban huérfanas.
Pero con el paso del tiempo ocurrió lo que temíamos: en realidad el interés estaba centrado en pasar la topadora por el lugar, sin ninguna relación con la mentada piqueta del progreso, y fue así que no solo no nos quedamos estancados en lo que había, sino que retrocedimos durante más de dos años mediante el abandono absoluto en que quedó el lugar, reducido a tierra de nadie, donde los ladrones y vándalos hicieron y deshicieron a sus anchas, con las autoridades nacionales y departamentales como responsaables de la omisión flagrante.
Los sucesivos anuncios de próximas realizaciones postergadas confirmó además lo que cualquiera que tuviera más de dos dedos de frente sabía: no existía ningún proyecto más o menos elaborado para sustituir total o parcialmente la Escuela de Hortifruticultura, salvo el objetivo inmediatamente logrado de discontinuarla.
Pero cientos de sanduceros que pasaron por la escuela y sus familias seguramente tendrán un buen recuerdo de ese centro cultural y han sabido usufructuar de la capacitación recibida en cultivos y huertas familiares, así como carpintería, entre otras actividades de apoyo a la economía familiar y de base para la ocupación laboral.
Es cierto, como en tantos órdenes de la vida, había defectos, imperfecciones y posiblemente debilidades en la gestión, así como cursos que tal vez no encajaban desde el punto de visita curricular en la enseñanza técnica estatal --lo que no quiere decir que no se ajustara a las necesidades de capacitación que requiere el mercado laboral-- pero en todo caso, con una visión libre de prejuicios y positiva, correspondía también evaluar en su justo término los aspectos positivos, que eran mucho más que los negativos y tratar de enmendar estos últimos apostando a más, en vez de hacer tabla rasa para algún día intentar algo mejor.
Y ese día parece haber llegado, después de tanto tiempo, según los anuncios oficiales en los que participaron organismos nacionales y la Intendencia Departamental que auguran “nuevos” usos para la Escuela de Hortifruticultura y un entierro, aparentemente, para el local, sumido en total abandono.
Es así que comenzando nuevamente desde abajo y sin tomar en cuenta lo mucho que se había hecho hasta el cierre, el Ministerio de Desarrollo Social, el de Ganadería, Agricultura y Pesca, el de Turismo y Deportes, el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay, la Asociación de Profesores de Educación Física, el Instituto Nacional de Alimentación y la Intendencia Departamental, a través de la conjunción de aportes habilitarán desde marzo un plan piloto para brindar oportunidades de conocimiento y trabajo a jóvenes alejados del estudio formal o con problemas de adaptación social.
Por supuesto, se parece -aunque más acotado- a lo que fue en sus inicios el proyecto y que luego evolucionó a la Escuela de Hortifruticultura, por lo que todo indica que será otra versión con algún elemento nuevo para cumplir objetivos similares. Quizás la diferencia más notable sea la cantidad de actores involucrados para un desarrollo bastante menor, a juzgar por los anuncios oficiales.
Y si bien es positivo que se intente hacer algo después de dejar que se viniera abajo todo lo que tanto tiempo llevó edificar, corresponde preguntarse si realmente valía la pena atacar la hormiga con un cañón para salvar la lechuga.


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