Paysandú, Miércoles 21 de Enero de 2009
Opinion | 17 Ene El lamentable episodio en el que un médico salteño fue asesinado a balazos por el esposo de una paciente fallecida durante una intervención quirúrgica es un hito más que pone de relieve el grado de pérdida de valores y de manifestación de la violencia en todas sus formas, lo que a la vez indica que estamos ante causas muy profundas y que deben evaluarse cuidadosamente a efectos de procurar las respuestas adecuadas.
Tampoco debemos ceder a la tentación de extrapolar este caso como un hecho corriente, sino que estamos ante manifestaciones traumáticas, de valores que han decaído profundamente en la sociedad y que estadísticamente se dan de tanto en tanto, aunque debe reconocerse que con una frecuencia cada vez mayor.
La respuesta corporativa del cuerpo médico nacional es justificada, desde que en cosa de pocos días se han sucedido episodios de marcada agresividad contra colegas, desde que poco antes un médico que estaba auxiliando a un accidentado en la vía pública fue objeto de la brutal agresión de un presunto “amigo” del lesionado, quien le propinó un violento puntapié en el rostro y motivó su internación, mientras fuera de sí era reducido por la fuerza.
El Sindicato Médico del Uruguay, las Sociedades Anestésico Quirúrgicas y la Federación Médica del Interior convocaron el miércoles a una medida de paro para llamar la atención sobre estas agresiones y la vez resolvieron solicitar ante el Parlamento la aprobación de dos leyes para salvaguardar a los profesionales de la salud, en un primer paso para penalizar la agresión contra médicos, y otra que contemple la reclamada colegiación médica.
La alarma que generó en el cuerpo médico nacional que en menos de dos semanas dos hechos de violencia tuvieran como protagonistas a profesionales de la salud, llevó a los médicos a autoconvocarse para reflexionar en la propia capital salteña sobre las connotaciones de esta situación, lo que precisamente dio lugar a una serie de planteos de galenos en torno a su profesión y la imagen que proyectan a la sociedad.
Uno de los ejes de la reflexión, sobre lo que hubo prácticamente consenso entre los profesionales, alude a un deterioro de la relación médico-paciente-familia, que se retrotrae a los tiempos de los facultativos que atendían a todos los integrantes de una familia, desde su nacimiento, y que creaba a la vez vínculos afectivos y una confianza que se ha ido perdiendo por efectos de la especialización, por un lado, y una profesionalización aguda de la función, que es la vez una consecuencia también de la evolución de valores de la sociedad, donde prima la inmediatez, la ansiedad, la dispersión de los focos de interés y un consumo orientado hacia lo descartable, incluso de la amistad, las relaciones problemáticas en la pareja con proyección hacia los hijos, solo por mencionar algunos aspectos que tienen que ver con el tema.
También influyen, según la óptica de los galenos, las denuncias de casos de mala praxis y las “expresiones” utilizadas por las autoridades nacionales “a través de mensajes confrontativos e irresponsables que pretenden menoscabar a la profesión médica”, sin obviar las menciones a que el médico ha perdido “status”, producto del deterioro social, y la “amplificación” por los medios de los casos de mala praxis.
Hay de todo en la viña del Señor, sostiene el dicho, y una generalización y extrapolación de situaciones sería de escasa rigurosidad científica si se quiere realmente determinar las causas a que aludíamos, porque precisamente estamos ante una concurrencia de factores que desembocan en esta evaluación. Todos los elementos expuestos tienen su grado de incidencia para que se de esta visión, que pasa por los parámetros que tiene la sociedad en cuanto a cultivo de valores, donde por ejemplo tenemos una minoridad infractora que no respeta a los mayores y ni siquiera a la Policía y la Justicia, el uso de drogas y alcohol a partir de la temprana juventud se ha extendido a tal punto que con el paso de los años se generan daños irreversibles de carácter neurológico que alientan explosiones de violencia irracional y existe un porcentaje creciente de niños que crecen en hogares sin referencia de pareja estable.
Ergo, poco y nada podría lograrse con mayores penalizaciones para quienes agredan a médicos –el mismo derecho de solicitarlo tendrían abogados, escribanos y cualquier persona que por su actuación profesional esté en riesgo de ser objeto de represalias-- ni con colegiación, porque el problema estriba en que la degradación de valores ha llegado a ser vista como una cosa común por determinados estratos de la sociedad, y aún apoya que se apele a la fuerza como forma de zanjar diferencias, imponer determinado punto de vista o expresar una protesta, cualquiera sea el destinatario, por lo que los médicos no son realmente el objetivo, sino el prójimo.
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