Paysandú, Domingo 25 de Enero de 2009
Policiales | 18 Ene “La vida te da sorpresas”, reflexionó alguna vez Ruben Blades. Y en pocos años, para muchos ciudadanos, las calles sanduceras se transformaron en escenario de cada vez más frecuentes y poco agradables sobresaltos. Algunos, lamentablemente, no tienen final feliz, pero otros en cambio pueden compartirse hasta con cierto dejo de humor. No está en nuestro ánimo promover el alarmismo o añadir fantasmas a una realidad harto evidente, pero ahí afuera suceden cosas y ocultarlas sería tan irresponsable como minimizarlas.
Esto sucedió durante una madrugada de diciembre y tuvo como incrédulo protagonista a un ciudadano que regresaba a casa luego de otra jornada laboral.
Con un portafolios en la mano y tomando la ruta acostumbrada, el trabajador dejó atrás la zona céntrica y se dirigió al sur. Mientras avanzaba por las oscuras calles su mente repasaba los acontecimientos del día, mientras su cuerpo, exhausto, anhelaba el inminente descanso y la seguridad del hogar.
Salvo por la esporádica presencia de algunas “barras” que noche tras noche confluyen hacia el centro, ése siempre siempe había sido un camino seguro a casa, pero en esta ocasión las cosas serían distintas.
Cuando estaba a escasas tres cuadras de su hogar, observó a un señor mayor que, desplazándose desde una calle transversal, caminaba perpendicularmente hacia él llevando un casco en la mano. Pensó que el transeúnte había tomado más de la cuenta porque se movilizaba con cierta dificultad y por esa razón retrasó la marcha. De todas formas ambos concluyeron simultáneamente en la bocacalle.
El desconocido le pidió ayuda porque supuestamente “andaba perdido”. Dijo que buscaba la casa de “un pariente” y que había dejado la moto “por ahí” porque estaba averiada.
La historia le resultó algo extraña, pero igualmente intentó guiarlo. Sin embargo, mientras caminaba junto al extraño, perdió momentáneamente la orientación y al reincorporase para reconocer el camino constató que dos individuos le cortaban el paso. Vestían a la usanza de los denominados “planchas”: gorro, pantalones amplios y championes. Además llevaban una botella de plástico abollada, con una bebida que parecía ser vino. Uno de ellos se le vino literalmente encima amenazándolo con golpearlo si no le entregaba dinero, mientras el otro se mantenía expectante.
Lo más difícil era dilucidar la situación. ¿Qué papel jugaba el supuesto “perdido”? ¿Estaban armados los “planchas”? No obstante, mantuvo la calma. Si bien insistió en su negativa de darles dinero, en ningún momento les dio la espalda. Trató de mantenerse a prudente distancia de un ataque y en ningún momento los perdió de vista.
Cuando uno de ellos comenzó a hurgar en un bolsillo pensó que las cosas se complicaban definitivamente. Sin embargo descartó la posibilidad de arrojar el primer golpe y aguardó el desenlace. El arma no apareció y los desconocidos profirieron nuevas amenazas.
“Te vas a hacer pegar por unos pesos”, advirtió el más alto.
Los segundos pasaron con inusitada lentitud mientras las amenazas subían de tono. El transeúnte “perdido” observaba los acontecimientos con aparente indiferencia y se mantuvo inmóvil cuando uno de los “planchas” le pasó el brazo por encima del hombro.
“Este viejito es mi amigo y siempre me presta la moto”, ironizó el individuo.
De pronto, aprovechando un segundo de confusión, uno de ellos lanzó un golpe que apenas rozó el rostro de quien minutos antes solo quería llegar a su casa para descansar. Pensó en responder a la agresión, pero aguardó un segundo más. Inesperadamente los sujetos depusieron su actitud y sin perderlo de vista comenzaron a alejarse. Lanzaron nuevas amenazas, pero finalmente se perdieron en la oscuridad.
El supuesto extraviado intentó recomponer el diálogo, pero no encontró respuesta. El trabajador, con el portafolios fuertemente asido por su mano izquierda, ya se alejaba rumbo a la seguridad de su hogar, convencido de haber tomado una buena decisión. “La vida te da sopresas”, pensó. Eran casi las dos y al otro día había que trabajar.
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