Paysandú, Lunes 26 de Enero de 2009
Locales | 23 Ene Nuestro país está plagado de historias de inmigrantes, desde que gran parte de nuestra sociedad está compuesta por descendientes de aquellos europeos que, buscando nuevos horizontes, proyectaron sus vidas en territorio oriental.
Precisamente, este es uno de esos ricos relatos cargados de emoción y compromiso ante un futuro desconocido, de quienes no tenían mucho tiempo para pensar, porque hasta sus vidas corrían peligro.
Jorge Milovidov es un productor de la zona de Chapicuy. De 43 años, es el mayor de tres hermanos descendientes de italianos y rumanos. Con innata capacidad narrativa, algunas fotos viejas y una partida de nacimiento de su padre, aceptó el desafío de revelar parte de su historia familiar. Y, controlando la emoción, disparó una historia que merece ser compartida con los lectores de esta Sección Interior.
“En octubre de 1937 mis abuelos, Jorge Milovidov y Pelaghea Minchev, junto a Teodoro y Miguel Milovidov salieron de Tuzla (Rumania) con rumbo a Paraguay; pero, como una epidemia acosaba por aquel entonces el país guaraní, decidieron recalar en Montevideo. Después fueron a dar a colonia Palma, ubicada en el departamento de Artigas, sobre ruta 3. Allí el Banco República colonizó y otorgó una fracción a cada productor. Durante dos o tres años mis abuelos se dedicaron a cultivar la tierra, hasta que por 1941 se trasladaron a Chapicuy, donde se radicaron definitivamente. El cambio de lugar se dio por varios motivos. Uno de ellos las distancias existentes, porque estaban lejos de todo. Existía una considerable distancia a Salto y Bella Unión, y lo más cercano era estación Cabello, a unos cuarenta kilómetros, en Baltasar Brum. Además, mi abuela se enfermó y debieron trasladarla a Montevideo, generando ciertos movimientos”.
Asegura que sus antepasados “se fueron de su país natal, como hoy lo hace cualquier uruguayo medio, en procura de nuevos horizontes y buscando nuevas oportunidades. Mis abuelos vivían sobre las costas del Mar Negro, en la ciudad de Tuzla, y los hechos que precipitaron su huida hacia otro país fue la inminencia de la Segunda Guerra Mundial. Era una zona de Europa dominada por rusos y rumanos, que cambiaba de gobierno constantemente”.
Su abuelo tuvo que aprender ruso y eslavo, porque vivió en ambos regímenes. Había estudiado, contaba con un buen nivel de instrucción y quería labrarse un futuro. Pero entonces ocurrían hechos que conspiraban contra la propiedad privada y la corrupción estaba a la orden del día. Quien quería trabajar y progresar no podía, porque otros grupos atentaban permanentemente contra ellos. Por eso, “cierto día el padre de mi abuelo, que era comisario, le aconsejó que se fuera en busca de un nuevo mundo”.
Cuando llegaron los Milovidov a Uruguay ya existían acá otras colectividades, que desde 1900 se comunicaban con sus familiares que habían permanecido en Europa. El intercambio de cartas ayudó y quienes llegaron a Uruguay posteriormente contaron con su apoyo, tanto moral como económico. Y ello significaba un respaldo para iniciarse en sus proyectos personales.
Y sigue contando Milovidov que “no fue fácil para mis abuelos encarar los primeros años en este país, donde encontraron varias barreras: el idioma, las comidas y las costumbres. Salieron de Rumania en calidad de turistas, porque la guerra detonaba por todos lados. Sin embargo, debieron cruzar varios países para poder llegar al barco en que atravesaron el océano Atlántico. Se trataba del Belle Isle, un buque carguero, y aunque el viaje fue duro, lograron superarlo. Los que más padecieron fueron mis abuelos, porque mi padre apenas tenía cuatro años. Mi abuelo fue uno de los fundadores de la iglesia sabatista en este país”.
“Básicamente se dedicaron a la producción agrícola, porque ya en su país de origen plantaban trigo, centeno y maíz; pero acá mi abuelo incorporó a esa producción la ganadería. Finalmente terminó radicándose en Chapicuy, donde pudo comprar una fracción de campo. Pero el suyo no fue un caso aislado, sino que se dio una emigración desde colonia Palma. Algunos se vinieron para Chapicuy, a los campos de un colonizador que compró una estancia que fraccionó, otros se fueron a Constancia y otros a Young. Fue un corrimiento importante para la época”, sostuvo.
En cuanto a sus padres, se conocieron durante una gran sequía, por allá por 1941. “Mi abuelo era carrero de la firma Juan Turón y La Vista, de la ciudad de Mercedes, en tiempos en los que se cruzaba el río Negro en balsa. Lo cierto es que Turón arrendó unos campos a unos quince o veinte kilómetros de la casa de mi padre y en uno de esos viajes los padres de mi madre se quedaron a vivir por estos campos. Años más tarde, mi padre de dieciocho años y mi madre de doce comenzaron a cruzarse y así empezó el vínculo. Sin embargo, cada uno de ellos tuvo sus noviazgos aparte y recién después de los veinte se ennoviaron y formaron su hogar. Mi padre ya tenía treinta y mi madre creo que pisaba los veintidós. Actualmente ella con 68 y él con 76 laburan todo el día. Siempre fue gente comprometia con la tierra y con sus hijos, y trabajaron duro para darnos lo mejor y así proyectarnos hacia un futuro mejor”, concluyó el productor.
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