Paysandú, Miércoles 28 de Enero de 2009
Opinion | 25 Ene No es novedad que algo anda mal en cuanto a expresión cultural y cultivo de valores por gran parte de los uruguayos, que a diario tenemos ejemplos de que el nivel de la enseñanza decae, que los egresados de los diferentes niveles de educación y capacitación tampoco están a la altura de las exigencias como promedio, sobre todo porque ingresan a sus estudios con una base muy pobre, y a la vez ha ganado terreno el consumismo y el conocimiento ligero, la búsqueda del éxito fácil y los inmediatismos.
En este esquema de degradación, por regla general se va ingresando en un desdibujamiento de las responsabilidades, que pasan por intentar endilgárselas a otros cuando quien está en omisión queda expuesto, o peor aún, restándoles importancia porque al fin y al cabo veremos que “todos están en la misma”.
Es cierto, muchos de estos aspectos guardan estrecha relación con nuestra idiosincrasia latina, pero también porque fallan los controles de la aplicación de las normas, aprobadas al barrer para que luego nadie se ocupe de hacerlas cumplir. O que a lo sumo de vez en cuando alguien se rasgue las vestiduras con alguna sanción ejemplarizante, que pronto se olvida para volver a la tolerancia extrema.
Lejos de favorecernos, en ese proceso perdemos todos, como bien razonan al cabo de un tiempo los inmigrantes uruguayos que se radican en otros países, como Estados Unidos o países europeos, donde las leyes se cumplen, aún las que parecen una trivialidad, y el sistema funciona.
Quien se integra a estas sociedades, aún con nuestra idiosincrasia, rápidamente se adapta y al poco tiempo termina agradeciendo que las cosas funcionen y pasa a cuestionar lo que ocurre en su país de origen, aunque antes haya sido parte y protagonista del mismo desorden y desaprensión.
Lamentablemente, la displicencia que se manifiesta hasta en la impuntualidad, tiene repercusiones negativas que afectan directamente la calidad de vida del ciudadano y acentúan factores de riesgo. Esta actitud, por ejemplo, es la que hace que el tránsito sea el caos que genera situaciones de riesgo, que no se respeten ni las normas más elementales y donde además el organismo encargado del control, la Intendencia, apunta más a la recaudación fácil que a la educación y al control del manejo imprudente, que es el gran debe en el tránsito sanducero.
Posturas irresponsables similares se traducen en que tengamos todavía una incidencia significativa de hidatidosis, de más del uno por ciento de la población, porque en áreas rurales todavía no se ha tomado cabal conciencia de la necesidad de hervir las achuras para alimentar los perros, y de que solo observando este aspecto sencillo contribuiremos a evitar que la zoonosis siga cobrando vidas e incapacite a cientos de personas por año en todo el país.
Lo mismo se da en la prevención del dengue, porque pese a los exhortos de las autoridades, a las campañas educativas, a la fumigación y la encuesta casa por casa, hay un alto porcentaje de hogares en los que no se eliminan los recipientes de paredes rígidas al aire libre, y en cada lluvia se recrean las condiciones favorables para que se reproduzca el insecto vector de esta enfermedad de origen tropical, sin el cual no hay ninguna posibilidad de que se den casos autóctonos de dengue.
Estas acciones desaprensivas e irresponsables se complementan con la visión de muchos de que “no hago mi parte mientras el otro no haga la suya”, en lo que también hay corresponsabilidad de autoridades y organismos oficiales que con su ineficiencia generan resistencia a cumplir las normas. Ejemplos claros son las pérdidas de OSE en numerosas calles de la ciudad, en las que se dan condiciones para que se reproduzca el mosquito, o cuando los inspectores multan la moto mal estacionada o al trabajador que acierta pasar sin casco --y eso está bien-- pero que rara vez atrapan al infractor consuetudinario, el que deambula todas las madrugadas sin matrícula, sin casco, con escape libre y a gran velocidad.
Es imprescindible desterrar esa visión distorsionada mediante educación desde la más temprana edad, con las autoridades dando el ejemplo, corrigiendo las omisiones a que aludíamos, y con el ciudadano convencido de que si hace lo que debe hacer, sin mirar hacia los costados, estará contribuyendo a que a todos nos vaya mejor como sociedad.
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