Paysandú, Sábado 31 de Enero de 2009
Opinion | 27 Ene El gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, en el polo opuesto de su antecesor Jorge Busti, ha tenido el mérito de ser el primer gobernante del vecino país, tal vez junto con el intendente de Colón, Hugo Marsó, en salir a cuestionar públicamente a los piqueteros de Gualeguaychú y los grupúsculos de ciudades como Concordia y la propia Colón, que en nombre de esa minoría iluminada salieron a cortar puentes internacionales, nada menos.
Y entre los argumentos las autoridades provinciales mencionan específicamente la flagrante ilegalidad de coartar la libertad de tránsito de una conexión internacional, violando las normas del Mercosur y cualquier expresión de sentido común durante más de dos años, lo que indica una absoluta impunidad para cometer este delito, incluso desoyendo la intimación de un juez federal a que debía mantenerse expedito el tránsito por los tendidos internacionales.
Durante largo tiempo los activistas, en base a supuestos y sobre todo a una sobredosis de exposición mediática, tanto en su país como en el nuestro, han impuesto un terror dialéctico en la Argentina y sobre todo en Entre Ríos --ni qué decir en Gualeguaychú-- en base a eslóganes y estigmatizaciones que han llegado al grado de señalar como enemigos del pueblo y cómplice de las multinacionales contaminantes a quienes siquiera osaran dudar que la planta de celulosa contaminara, pese a no tener, por supuesto, ningún soporte técnico para refrendarlo.
En Gualeguaychú han señalado como traidor a un ingeniero que integraba la asamblea ambiental, quien viajó a Finlandia, observó como funciona una planta similar a la instalada en nuestro país y dijo lo que todo el mundo sabe: que se aplican las normas vigentes en la Unión Europea, que los finlandeses pescan y se bañan en los lagos en los que la fábrica vierte sus efluentes y que a nadie le salió siquiera un grano por efecto de estos vertidos. Sus expresiones fueron catalogadas como las de alguien comprado por el enemigo, se le señaló de tal manera que fue prácticamente borrado de la sociedad de Gualeguaychú y le pintaron la casa con leyendas calificándolo de traidor e indeseable. Y así ocurrió con otros ciudadanos que con el paso del tiempo trataron de promover por lo menos el criterio de encarar otra vía de protesta que no fuera el corte de ruta. Este ejercicio del terror verbal en forma indiscriminada mantuvo “controladas” a las autoridades nacionales, entrerrianas, legisladores, intendentes e integrantes de las fuerzas vivas, y ello llevó a que los cuestionamientos planteados en rueda de amigos o de café, o de manera informal en determinados ámbitos, no se hicieran públicamente.
Pero todo tiene su nivel de saturación y el corte de Gualeguaychú se ha ido agotando. A ello también está contribuyendo la actitud de gobernantes como Urribarri y y Marsó, como así también del intendente de Concepción del Uruguay, Marcelo Bisogni, e integrantes del gobierno nacional en Buenos Aires, además de directivos de gremiales empresariales que han decidido jugarse a transmitir en medios de difusión el sentir personal y el que recogen en la sociedad: una ciudad, una provincia, dos países, no pueden ser rehenes de unos pocos fundamentalistas que no atienden razones, que cuestionan informes técnicos porque no puede ser que la realidad desmienta lo que ellos creen, sobre los supuestos en los que han basado toda su histérica movilización.
Con el corte agotado, poco a poco se suman las manifestaciones públicas de gobernantes que auguran el derrumbe inexorable de ese esquema de intimidación, por ahora apelando a que el corte sea dejado de lado voluntariamente, por la falta de apoyo en todos los ámbitos.
Y para cereza del postre, los gualeguaychuenses están cosechando lo que sembraron durante estos dos años largos de terrorismo mediático, con el fracaso rotundo de su máximo atractivo turístico: el Carnaval. Y aunque su ceguera les impida ver la realidad, esto es consecuencia de la propia campaña de desprestigio que ellos mismo impulsaron, ya que si lo que pregonaban a los cuatro vientos fuese cierto, difícilmente algún turista se le ocurra veranear en una ciudad que se respira un aire cancerígeno o bañarse en un río cargado de sustancias tóxicas. Quizás esta sea la explicación del por qué del éxito de la temporada en Colón, tan lejana de esa “catástrofe ambiental”.
En su necedad, los “ambientalistas” le hicieron más daño a Gualeguaychú que Botnia y diez plantas de celulosa juntas, aunque no lo quieran reconocer.
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