Paysandú, Domingo 01 de Febrero de 2009

Lo que va de aquel “Verano Caliente” a hoy

Opinion | 28 Ene Recientemente el precandidato frenteamplista a la Presidencia de la República, senador José Mujica, realizó una gira proselitista por Maldonado, en la que mantuvo contactos tanto a nivel ejecutivo, con los empresarios de las cadenas de hoteles de esa zona turística, como así también con pobladores de sitios marginales del departamento, a efectos de abarcar lo que él considera un amplio espectro de puntos de vista para recoger elementos de juicio que le permitan diseñar respuestas a través del programa de gobierno.El viejo militante tupamaro, uno de los fundadores del movimiento, tras reunirse con los empresarios subrayó la importancia de que el Hotel Conrad emplee unas dos mil personas en plena temporada, además de dar trabajo en forma indirecta a más del doble, lo que da apenas una pauta de los puestos de trabajo que genera el turismo en nuestro país. En este caso el de verano concentrado fundamentalmente en el Este, pero también el de los centros termales, que se extiende durante todo el año y del que dependen asimismo muchos trabajadores y la actividad inherente a la infraestructura de apoyo a la denominada “industria sin chimeneas”.
Por suerte, al mencionado precandidato le ha hecho bien, para interiorizarse y comprender cabalmente cómo funciona el país, el haber formado parte del actual gobierno, que debió conciliar los programas electorales y los eslóganes fáciles con las responsabilidades que surgen del ejercicio del poder, que significa atender el interés general y dejar de lado visiones distorsionadas e interesadas, así como fundamentalismos ideológicos llevados a ultranza. Allá por 1970, en una democracia jaqueada por el movimiento guerrillero, los sediciosos decidieron hacerle un poco más de daño al país, por la vía de empobrecerlo para así afectar al gobierno de turno, anunciando un operativo denominado “verano caliente”, en el que prometieron atentados por doquier en los balnearios esteños, para que los “bacanes” dejaran de concurrir y así entorpecer el normal funcionamiento de los lugares en lo que al decir de Mujica la gente va a “lagartear”, porque el ciudadano común no puede acceder a este lugar privilegiado.
El solo anuncio del plan terrorista determinó que el turismo cayera más de un 50%, que el país dejara de recibir decenas de millones de dólares por la falta de ingresos por este concepto, y que miles de trabajadores perdieran en esa temporada sus puestos de trabajo, porque la prioridad de la lucha subversiva era hacer culto a la ideología de acceder al poder por las armas e instalar un régimen similar al cubano.
Ante estos antecedentes, que no deben quedar perdidos en los confines de la historia reciente del país, es bueno saber que el paso del tiempo por lo menos hace ver las cosas con otra perspectiva a quienes habían estado encerrados en su particular visión de las cosas, en sus fundamentalismos y mesianismos, y asumir que el turismo, como la industria manufacturera, la forestación, la pecuaria, la agricultura, la lechería, la fruticultura, entre otros, son parte de una misma cosa, y que la riqueza y los puestos de trabajo no son patrimonio de ninguna ideología, sino una causa nacional que es preciso defender por encima de quien esté en el gobierno.
Asumimos que Mujica, como algunos de sus compañeros del movimiento guerrillero que se alzó contra las instituciones desde principios de la década de 1960, han renegado de la tesis del “cuanto peor, mejor” que cultivaban para hacer perder sustento popular a los gobiernos de turno, y con ello socavar nada menos que la institucionalidad del país al generar las condiciones perfectas para que los militares irrumpieran luego como salvadores ante los desmanes del terrorismo. La cultura de gobierno, por lo tanto, permite ver las cosas desde el otro lado del mostrador, tal vez asumir culpas de juventud de cuando las cosas se veían en blanco y negro, para aprender por fin que la vida es una amplia gama de grises, e integrarse decididamente a la arena política en igualdad de condiciones, sin la aureola de “iluminados” que algunos pretendían transmitir.


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