Paysandú, Jueves 12 de Febrero de 2009
Locales | 06 Feb Cargar ladrillos, hacer mezcla con cemento, techar y fabricar las mochetas de las aberturas, colocar puertas y ventanas; construir pisos y veredas, revocar y pintar. Esta sucesión de tareas bien podría aplicarse a la historia de vida de un obrero de la construcción. Sin embargo, lejos está de ser un relato afín. Se trata de un capítulo en la historia de una joven madre rural, que a sus diecinueve años encara la vida con la madurez y convicción que puede llamar la atención para una persona de su edad, especialmente en los tiempos que corren.
Decidida y desafiante, convencida de que no existe otra manera de enfrentar su proyecto de vida que no sea con sacrificio y mucho trabajo, recién había cumplido dieciocho y ya había comenzado a trabajar, con la tremenda responsabilidad que significa traer un niño a este mundo. No obstante, nunca dejó de mirar hacia delante. Es que su futuro inmediato le esperaba con duros obstáculos, que encaró desafiante cambiando angustia por esperanza y dolor por alegrías. Quedó embarazada cuando cursaba 5to año de liceo, estudios que está decidida a retomar una vez que termine su vivienda.
Es la mayor de diez hermanos, -cinco mujeres y cinco varones-, y madre de Ivana, una pequeña de dos años a la que ama con locura. Dentro de los objetivos que la joven madre se trazó, se encuentra el desafío de tener su propia casa, anhelo que se transformará en realidad el próximo mes de abril, cuando Mevir le entregue las llaves de su nuevo hogar.
Ana Laura --que trabaja como doméstica en las cercanías de la ciudad de Guichón, pero anteriormente lo hizo en una panadería de su pueblo-- recuerda que “hubo un llamado para aspirantes interesados en inscribirse en el nuevo complejo Mevir que se construye en pueblo Gallinal. “Me pareció que era algo importante, porque la casa es lo principal, y me propuse el objetivo de poder hacerlo”, comienza narrando.
“Primero lo pensé y vi que iba a poder cumplir. Me lo he propuesto y lo tengo que hacer. Hasta ahora he podido cumplir y desarrollar el compromiso asumido”, afirma, absolutamente convencida de cada palabra que pronuncia. En cuanto al trabajo en el complejo de viviendas destaca que “es interesante, porque como es por ayuda mutua, todos participamos del desarrollo de los trabajos en distintos procesos de la obra. Es una experiencia inquietante, aunque tuve algunas complicaciones. Me tuve que operar de las manos debido a que me salieron unos quistes sinoviales, que ahora me han vuelto a salir y hay días en los que me duelen mucho las articulaciones de las manos. Es que se trata de trabajos pesados, pero de todos modos voy a tratar de aguantar, porque falta tan poquito para abril... Así después --una vez que se termine la casa-- podré operarme y hacer el tratamiento como debe ser. Es un sacrificio enorme, pero creo que verdaderamente vale la pena”.
Ana Laura comenta que “recién el 9 de marzo vamos a saber qué casa nos va a tocar a cada uno de los beneficiados, porque al ser un trabajo en el que todos participamos en todo, aun no sabemos cuál será nuestra vivienda”.
Ante la pregunta recurrente sobre por qué una persona joven decide quedarse en el ámbito rural, donde las posibilidades de crecimiento pueden verse reducidas, Ana Laura responde que “por suerte vivo en un lugar en el que por el momento hay trabajo. Es un lugar tranquilo, donde existen posibilidades de llegar al sueño de la casa propia a través de estos planes de vivienda. Creo que en la ciudad me resultaría imposible”.
Cuando se presentó para el proyecto del nuevo complejo Mevir de Gallinal, estaba decidida a levantar su propia casa. Recuerda que “cuando tuve las primeras entrevistas con las asistentes sociales me decían que para mí, como madre sola, iba a resultar imposible encarar semejante responsabilidad. Pero yo les dije que me sentía capaz de hacer ambas cosas: criar a mi pequeña y levantar mi propia casa. Aunque me decían que eran muchas horas y que tenía que ser sí o sí matrimonio constituido para poder acceder como aspirante, yo insistí en que estaba decidida en hacer la casa y que podía trabajar por la mañana y por la tarde concurrir a la obra. Recuerdo que en los primeros tiempos, cuando llegaba el fin de cada día terminaba verdaderamente exhausta; pero siempre pensaba que eran solo dieciocho meses y después iba a tener mi propia casa, en la que iba a poder descansar tranquila. Era cuestión de mentalizarse. Se trataba de un tiempo, nada más”.
Su madre interviene en el relato de su hija y agrega que “había días que llegaba a casa con las manos todas hinchadas”.
Cuando le llegó la noticia de que se presentara para una nueva entrevista con las asistentes sociales, porque iba a tener su casa, no lo podía creer. Recuerdo que le dije a mi patrona que me habían llamado porque me habían adjudicado una casa, pero que no sabía bien si era verdad. Es que me costaba un poco creerlo”. A esta altura del relato su rostro se iluminó y mirando a su pequeña hija suspiró, le acarició la carita angelical y comentó: “ahora vamos a poder tener nuestro propio hogar”.
El cinco de junio de 2007 se presentó como aspirante sin muchas ilusiones, pero hoy está a un paso de concretar un sueño que en poco tiempo más se transformará en realidad.
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