Paysandú, Lunes 16 de Febrero de 2009
Opinion | 14 Feb Recientes reflexiones sobre la crisis financiera internacional y su repercusión en nuestro país, formuladas respectivamente por los empresarios nucleados en la Cámara Nacional de Comercio y el equipo económico de gobierno, conformado en esta oportunidad por los ministerios del “gabinete productivo”, aparecen a primera vista como contradictorios. Sin embargo, ambos tienen parte de verdad y no estamos por lo tanto ante visiones incompatibles.
Por un lado la gremial critica al gobierno por medidas adoptadas en los últimos meses que a su juicio se conjugan con la crisis internacional para contribuir a la desaceleración de la economía y a la afectación de empresas. Advierte la cámara que el crecimiento económico tuvo una significativa desaceleración en los últimos meses del año como consecuencia de la coyuntura internacional y de algunas decisiones de gobierno, y considera que “la crisis internacional ya comenzó a golpear al país”. En tanto, a su juicio el Poder Ejecutivo no ha adoptado medidas acertadas y las empresas enfrentan una serie de problemas, originados algunos de ellos en “factores externos” y otros por medidas oficiales inapropiadas.
Menciona así la recesión de los mercados internacionales, la caída de los precios de exportación de bienes y servicios, el incremento de costos salariales, tributarios, de regulaciones, de tarifas públicas, de costos crediticios o la no reducción acorde a los precios internacionales de rubros como el petróleo, así como la caída de cambio real, como elementos negativos para los sectores reales de la economía. Entre las medidas que sugiere el empresariado para hacer frente a la crisis señala la “suspensión de gastos gubernamentales por seis meses”, la reducción de impuestos internos y regulaciones, además de la revisión a la baja de los incrementos de salarios privados basados en las pautas del gobierno del último consejo de salarios.
Mientras tanto, en un cónclave celebrado esta semana, el gabinete productivo evaluó que hasta ahora el impacto de la crisis en Uruguay ha sido “menor” a lo esperado, aunque no descarta que haya dificultades en algún momento de este presente año. El director de Industria, Roberto Kreimermann, expuso al diario El País que ningún Estado puede más que amortiguar los efectos o lograr que no pierda capacidad productiva por la crisis global.
Bueno, este es precisamente el aspecto que debería custodiar celosamente el Poder Ejecutivo para transmitir una imprescindible confianza a los operadores económicos respecto a que el gobierno ha asumido cuáles son sus responsabilidades y que va a actuar en consecuencia, en vez de minimizar las cosas y confiar en que la crisis no será tan grave. En esta línea, el ministro de Economía y Finanzas, Cr. Alvaro García, transmitió a sus pares plena confianza en que “la situación no va a golpear al país en forma fuerte” y que no lo ha hecho en forma significativa hasta ahora.
Pero mal que pese al ministro, la actitud no debería ser la de “vamos a ver qué pasa”, sino que el Poder Ejecutivo tiene la obligación de adoptar medidas en tiempo y forma para tener un mejor perfil en caso de que se presente el peor escenario, y si tenemos la suerte de que el viento pase de largo por encima del cerro, tanto mejor.
Lo que no corresponde es jugar a la ruleta rusa con los destinos del país, cosa de “seguir tirando” con el gasto público tal como fue programado en épocas de bonanza. Esta actitud de rifar el futuro, aunque todavía no se sienta en los bolsillos el costo de la crisis, es una actitud prescindente e irresponsable que le hace flaco favor al propio gobierno, desde que significa quemar las naves sin ninguna posibilidad de dar marcha atrás ante hechos consumados.
Y si bien es poco probable que el Poder Ejecutivo acceda a la solicitud de dejar el gasto congelado por seis meses, lo menos que se puede pedir es que en esferas oficiales se deje de apostar solo a una buena suerte que se dio hasta el año pasado. Porque si no hay mal que dure cien años, como dice el refrán, mucho menos longeva es la suerte, y ya se ha abusado demasiado de ella como para poder quedarnos tranquilos.
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