Paysandú, Martes 17 de Febrero de 2009
Opinion | 17 Feb En este 2009 la crisis financiera internacional se perfila como tema excluyente en los foros internacionales, desde que este legado indeseable que llega desde el tercer trimestre de 2008 todavía está muy lejos de haberse procesado y se proyecta ominosamente sobre la economía mundial.
Lo que sí ha quedado fuera de discusión, por su improcedencia, es que se esté ante el fin del sistema capitalista y que consecuentemente esté en proceso un nuevo ordenamiento económico mundial antagónico del que regía antes de la crisis, lo que en un primer momento fue levantado como bandera por ex admiradores de las economías centralizadas de corte marxista, pese a que han sido borradas del mapa por su inviabilidad las naciones autocalificadas como ejemplos del socialismo real.
Tras esta euforia inicial de augurios que apuntaban a reeditar la vigencia de regímenes que se desplomaron porque pretendían desconocer las leyes inefables de la economía, se ha generado un ámbito de tensa espera de señales de recomposición del esquema económico mundial sobre otras bases, pero precisamente lejos de lo que pregonan los abanderados de los regímenes que desaparecieron: el sistema económico necesita basarse en realidades y no en “burbujas”, es decir en las antípodas de las economías planificadas que fueron incapaces de crear bienes y servicios al alcance de todos simplemente por decreto.
Lo cierto es que deben buscarse mecanismos para refundar el ordenamiento económico mundial sobre bases que contemplen no solo las recomendaciones e imposiciones de los países ricos, sino también recoger las aspiraciones y razones de naciones y regiones que son las eternas relegadas, que aportan sus recursos naturales, muchos de ellos irreemplazables, para sostener un esquema del que solo perciben migajas, y por ende con efectos muy negativos sobre la calidad de vida de sus habitantes.
Además, la crisis nació en los países desarrollados, a partir de circunstancias delirantes por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, pero con un efecto de arrastre y contagio que se explica sobre todo por una crisis de confianza que fue minando uno a uno los pilares del sistema financiero en la nación norteamericana y en todo el mundo desarrollado.
El problema fundamental para la recomposición pasa por los desacuerdos en los diagnósticos, y como en toda enfermedad, partir de un supuesto equivocado solo aparejará respuestas erróneas, por lo que la génesis del entuerto no será desentrañada y mucho menos corregida.
Lamentablemente, antes que lleguen las soluciones, el pánico ha ganado los mercados y hasta ahora en vez de consenso hemos visto medidas aisladas de muchos países procurando ponerse más o menos a cubierto de la hecatombe, que ya ha costado millones de empleos y no solo en el mundo desarrollado.
Para encontrar salidas es impensable apostar a la vieja tesis de que los zapallos se acomoden solos en el carro, porque a esta altura no tenemos carro y la cosecha está por verse. Es preciso que los gobernantes se reúnan y analicen concienzudamente, sin buscar culpables pero también sin ocultamientos, por qué se llegó a este estado de cosas y sobre todo cómo se hará para enmendarlo. Para ello se necesita un alto grado de compromiso y aventar definitivamente el síndrome del “sálvese quien pueda”, cuyas consecuencias serían que la economía mundial se deprima aún más y todos caigamos en la volteada. La incertidubmre es mala consejera y solo genera retracción que retroalimenta la crisis, como estamos viendo.
En este contexto debe evaluarse como un aporte sicológico significativo la definición de dar “principal pioridad” a la estabilización de la economía y de los mercados financieros a que llegaron los países integrantes del Grupo de los 7, reunidos el sábado en Roma, al prometer además “una reforma urgente” del sistema financiero internacional debido “a las profundas debilidades” detectadas en la actual crisis.
Esta postura será transmitida a la vez en el próximo encuentro del G-20, que incluye a naciones emergentes como Brasil y México, entre otras, para conciliar posiciones que hasta ahora han marcado recelos y el retorno a un proteccionismo que intenta evitar hacia adentro la pérdida de empleos, pero que a la vez los sacrifica en los países exportadores, haciendo peor el remedio que la enfermedad.
Ahora la interrogante es si el mundo que surja tras la crisis habrá aprendido la lección, o como nos tememos, el nuevo ordenamiento de la solemnidad de los enunciados terminará en un simple maquillaje de los viejos problemas e iniquidades, y una versión corregida de la ley del más fuerte.
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