Opinion | 21 Feb
Recientemente uno de los precandidatos presidenciales de la fuerza de gobierno, Cr. Danilo Astori, puso sobre la mesa, en la campaña preelectoral, la iniciativa de crear un Ministerio de Cultura, para distinguirlo específicamente de la cartera de Educación y Cultura, y así poner énfasis en este último aspecto. Aclaró el ex ministro de Economía que la actual secretaría de Estado ha tenido una buena gestión, pero consideró del caso separar los tantos y crear una cartera específica, de modo que pueda actuarse con mayor eficacia en este plano.
El precandidato participa así en una falla que es común a nuestro sistema político, que se arrastra desde hace muchos años, y que pone énfasis en que el hábito hace al monje, cuando la cosa debería ser al revés.
El punto es que a través de esta mirada tan particular, se tiene la idea fija de que basta con crear un ministerio o aprobar una determinada ley, para que el problema ya esté solucionado o por lo menos esté en vías de hacerlo. Pero la realidad es muy distinta, en un país donde la burocracia exacerbada dista de facilitar las cosas y por el contrario, la creación de nuevos ministerios aporta poco y nada al interés general, aunque sí suele crear puestos de trabajo adicionales en la burocracia del funcionariado público.
En realidad, este tipo de planteos están en las antípodas de lo que el país necesita: cuando se habla del país productivo, de la necesidad de abatir la presión de los costos del Estado sobre los sectores reales de la economía, de promover la participación privada en iniciativas de desarrollo, se sale con un nuevo ministerio que si bien en el mejor de los casos podría crearse a partir de una redistribución de personal y estructura, igualmente no va a ser la solución buscada.
El mismo síndrome se presenta en cuanto a las leyes, apuntando a que la aprobación de una norma significa la solución para erradicar todos los problemas a los que refiere, cuando a la vez no se prevén en forma correspondiente los instrumentos para el control de su cumplimiento y su desconocimiento da por tierra con toda la argumentación que se manejó para su aprobación.