Paysandú, Lunes 23 de Febrero de 2009
Opinion | 20 Feb Es cierto que las crisis, como la que actualmente sacude al mundo y que inevitablemente tendrá mayor repercusión en nuestro país, conllevan un período de gran incertidumbre y de pérdida de calidad de vida para trabajadores que tal vez ni remotamente pensaban que la debacle financiera desatada en Estados Unidos podría hacerles perder el empleo meses después.
Nos referimos a los de lugares tan distintos y remotos como Sydney, Tokio, Chicago, San Pablo, y naturalmente Uruguay, todos involucrados en la globalización de la economía y sometidos a medidas que en algunos casos son directa consecuencia de la crisis y en otros obedecen a acciones preventivas, pero todas tienen el común denominador de que buscan minimizar las pérdidas. En ese contexto, hay actitudes que solo logran agravar la crisis y se reitera el viejo adagio de la profecía autocumplida, como es el caso de quien lanza el rumor de que un banco está fundido y la posterior corrida de depositantes hace realidad lo que era un invento.
Pero las crisis tienen una contracara que las vuelve períodos de especulación de los que normalmente sale fortalecido el que tuvo visión --y medios para hacerlo, naturalmente-- de invertir en momentos de depresión, es decir actuando en el marco de una postura anticíclica. Recordamos que en su momento un laureado corredor de autos decía que el secreto de su triunfo en muchas carreras obedecía a que en oportunidad de registrarse un accidente, cuando todos en forma instintiva sacaban el pie del acelerador, él aceleraba y hacía la diferencia en la carrera.
En las crisis los operadores económicos tienden precisamente a retraerse y a esperar que cambie el viento, ante la firme posibilidad de que la caída en los mercados resulte un factor adverso imposible de superar y afrontar el riesgo de descapitalizarse y quedar por el camino. El punto es que no solo es importante en estos casos cuán aguda es la crisis, sino sobre todo cuánto durará, porque el tiempo es determinante para asumir riesgos medidos.
Es que por regla general los precios se derrumban, la mercadería no se renueva, la demanda se retrae y los bienes se deprecian, entre otras particularidades de un efecto dominó degenerativo como el que estamos enfrentando en la mayor parte del mundo, aunque en Uruguay esta sensación todavía parece algo lejana para el ciudadano común.
Ocurre que ante la coyuntura, lo que realmente importa es el objetivo trazado a mediano y largo plazo, teniendo en cuenta que los ciclos en la economía han ocurrido siempre, y a un boom le sigue una depresión y así sucesivamente, aunque siempre dentro de una franja comprendida entre valores máximos y mínimos. Quien pueda sostenerse en los mínimos para encontrarse en la mejor posición posible cuando se da la bonanza es el que resulta favorecido en este caprichoso sube y baja de la economía. Quien tenga resto como para afrontar el sacudón y especular hasta que las cosas se reviertan, es quien al fin de cuentas hace buen negocio en la crisis, en tanto quienes están en otra situación solo atinan a sobrevivir y reconvertirse hasta que pase el temporal.
En este contexto debemos evaluar la importancia que revisten para el país proyectos como el de la forestación, que ha representado una fuerte inversión a partir de fines de la década de 1980 en lo que respecta a implantaciones de cultivos de eucaliptos y pinos, sobre todo, y que incluye la construcción de una planta de celulosa, anteproyectos de otras tres y la incorporación de industrias de contrachapado, chipeadoras, aserraderos, y uso de desechos forestales como biomasa para su aprovechamiento energético. Y si bien también en las industrias de este sector se está sintiendo ya la crisis, con su secuela de desempleo como consecuencia de merma de actividad por menor demanda en las exportaciones, no debe perderse de vista que los bosques y la infraestructura, que lleva muchos años lograr, ya existen, y que una vez se revierta la tendencia se encontrará en muy buena posición para potenciar su desarrollo. Porque como en tantas áreas, es fundamental hacer valer la diferencia entre lo coyuntural y lo permanente, manteniendo las estructuras tanto como sea posible en la depresión, así como tener el espíritu imprescindible para seguir adelante cuando otros frenan, llevando al límite el riesgo empresarial controlado.
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