Paysandú, Miércoles 25 de Febrero de 2009
Opinion | 18 Feb “Tanto va el cántaro al agua, que al final se rompe”, sostiene el añejo refrán, y por cierto que el presidente venezolano Hugo Chávez supo interpretarlo al pie de la letra para obtener el respaldo popular en el referéndum celebrado el domingo en aquel país.
El mandatario se ha trazado desde hace tiempo --desde que accedió al poder, más precisamente-- el objetivo de perpetuarse como titular del gobierno para “tener tiempo” de llevar a cabo reformas que de otra manera no tendrían la continuidad imprescindible, les guste o no a los venezolanos.
Fue así que en diciembre de 2007 “propuso” un plebiscito de reforma constitucional por el que se incorporaba al texto de la carta magna la posibilidad de relección indefinida del mandatario, con entrada inmediata en vigencia, y por lo tanto habilitando su repostulación para un nuevo mandato, además de establecer reformas políticas que a su entender significaban un avance más en el tránsito de su país hacia el socialismo, mediante asambleas y otras innovaciones al estilo de los antiguos países del socialismo real y de su admirada Cuba castrista.
El rechazo inesperado en la votación popular fue un sacudón que lo hizo recapacitar, pero no precisamente para deponer su intento reeleccionista, sino que rediseñó la estrategia y por supuesto el texto, para dorar la píldora y dejar de lado aspectos que se conjugaron para generar el rechazo. Ese nuevo texto tiene como objetivo consagrar la reelección indefinida, pero a la vez incorporó igual privilegio para los cargos de gobernadores, diputados y concejales. El domingo, el 54,36% de los venezolanos refrendó la enmienda constitucional, en tanto el 45,63% votó por el no a la propuesta.
Un Chávez eufórico, como no podía ser de otra manera, festejó con su acostumbrada verborragia y apelaciones patrióticas el resultado en las urnas, sobre todo porque apenas un año antes había perdido una elección que daba por segura. En aquella oortunidad el mandatario confió demasiado en su poder de convicción --una virtud que nadie debe menospreciar a la hora de evaluar muchos de los por qué en Venezuela-- y había presentado una reforma demasiado burda, que generó resistencia incluso entre algunos de sus partidarios.
Y Chávez podrá ser mucho de lo que se diga de él, pero no es ningún tonto y supo darle una aureola democrática y de justificación al texto, en tanto también tuvo la visión requerida para situarla en términos que permitieran atenuar el rechazo y hasta generar aprobación de opositores, que de alguna manera se aseguraban la posible reelección en sus cargos de gobernadores, concejales y legisladores. Consecuentemente, hubo zonas en las que la oposición no cuestionó la reforma constitucional tan tajantemente como la vez anterior, y el resultado fue no que no hizo tanta fuerza para evitar que se consagrara el respaldo mayoritario a Chávez.
Pero no hay lugar a equívocos: tanto ésta como la otra vez, aunque con diferente resultado, el pueblo de Venezuela se expresó soberanamente. Eso no quiere decir que el mandatario haya expuesto en todos sus términos el significado de una “reelección” indefinida en términos de un régimen democrático. En realidad, se resiste a dejar el poder, por lo menos sin intentar retenerlo una y otra vez, aprovechando el uso y abuso de la figura presidencial manejada arbitrariamente --aunque con un barniz de legalidad-- para establecer un régimen casi dictatorial al amparo de una Constitución hecha a medida.
El ejercicio del poder significa desgaste, pero a la vez permite consagrar impunidad respecto a los actos de corrupción que implica el gobierno unipersonal, así como la posibilidad de utilizar permanentes prácticas de abusos de toda clase e imponer políticas a cualquier costo, sin abrir posibilidades de investigación a un nuevo gobierno.
No es porque sí que por regla general en las democracias no existe reelección consecutiva o solo se habilita esta posibilidad por una vez, porque eso implica garantías mediante la rotación de partidos en el poder y poner coto a los proyectos personales de quienes aspiran a perpetuarse en un cargo.
Pero en vez de apuntar a una mayor apertura democrática, Chávez prefirió mirarse en el espejo de su vecino Fidel Castro, quien ejerció una férrea dictadura por más de medio siglo en Cuba. Y no por casualidad fue éste el primero en saludar al mandatario venezolano tras conocerse el resultado del plebiscito.
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