Paysandú, Jueves 26 de Febrero de 2009
Opinion | 26 Feb Aunque se han adoptado algunas medidas que procuran ponerle freno o por lo menos enlentecerlo --como es el caso de la Ley de Repoblamiento de la Campaña-- el proceso de emigración desde el campo a la ciudad, que se ha manifestado sin solución de continuidad desde principios del Siglo XX, por lo menos en forma notable, no es un fenómeno característico del Uruguay, sino que tiene carácter global, y en gran medida responde a la evolución de la humanidad y los cambios asociados a la forma de vida y el propio desarrollo.
En sus albores, el ser humano vivía fundamentalmente en comunidades rurales, porque obtenía precisamente sus frutos de la tierra, y era natural que cada familia como unidad estuviera en el lugar que era su forma de subsistencia.
En mayor o menor medida, esta situación se fue manteniendo, hasta que la concentración en grandes ciudades y centros urbanos menores trajera aparejada formas de trabajo y de subsistencia que no necesariamente implicaban la necesidad de establecerse en la tierra, sino que mediante el comercio y el trueque se fueron encontrando mecanismos para establecer una red de acceso universal a los productos obtenidos mediante la explotación del suelo y recursos naturales en sus diversas formas.
En un país de base agropecuaria, como el Uruguay, este proceso conlleva otros parámetros, desde que contrariamente a lo que ocurre en países desarrollados, donde el avance tecnológico implica otros índices de productividad y un tejido socioeconómico más complejo, el subdesarrollo pauta que coexisten procesos productivos de carácter familiar con explotaciones empresariales de considerable magnitud, en todos los casos con una base de origen rural que constituye la columna vertebral de la economía del país.
Es cierto, la producción de esta base agraria al día de hoy es distinta a la de hace medio siglo, pero sería un simplismo situar este escenario solo en el referente de la producción, cuando estamos ante un tema de distribución poblacional, de calidad de vida, de racionalización de servicios y de desarrollo del país.
La forma de emigración que se ha dado en el Uruguay responde lamentablemente no tanto a un proceso natural vinculado a formas de desarrollo, sino en gran medida a situaciones de pobreza, frustración y desesperanza de miles de familias de todos los rincones de nuestra campaña, que consideran que no tienen nada que perder si buscan lograr su sustento en las grandes urbes o en ciudades cercanas, porque aún en la incertidumbre y la pobreza, tienen mejores perspectivas que en el medio del campo o en localidades que están prácticamente aisladas.
Este es el meollo de la cuestión: la falta de oportunidades de trabajo, la visión de padres de familia que consideran que no tienen ya perspectivas de legar a sus hijos un mundo mejor o por lo menos condiciones similares a las que recibieron de sus padres, porque en la disyuntiva apuestan a buscar en otros horizontes aquello que perciben no podrán obtener en su lugar de asentamiento.
Las fuentes de trabajo y los servicios, la mejora en la calidad de vida, van de la mano, y es impensable que pueda modificarse artificialmente este escenario mediante una fuerte inversión que no resulte sustentable en el tiempo. La respuesta pasa por la creación de polos de desarrollo, es decir por la inversión en explotaciones de base agropecuaria en los lugares de producción, como se está dando en determinadas zonas en las que contrariamente al común denominador de las áreas rurales, se ha registrado un aumento de población.
Este es el caso de nuestro departamento, donde existe un agudo contraste entre localidades adyacentes a explotaciones de cítricos, arándanos, aserraderos y otras industrias vinculadas a la forestación, con una decisiva incidencia socioeconómica en el medio, y lugares como Guayabos, entre muchos, donde solo queda un alumno en la escuela, así como otros en los que solo se ven taperas y tierras abandonadas.
Piedras Coloradas, Orgoroso, pueblo Gallinal, el propio Chapicuy, son ejemplos de repoblación asociada a polos de desarrollo que traen aparejados cambios sustanciales en el modo de vida, con la incorporación de servicios para atender a esa población e incluso la construcción de complejos de viviendas de Mevir, lo que a la vez significa reciclaje de riqueza y factores que hacen la diferencia entre el desarraigo y la esperanza.
Por aquí pasan las respuestas, que necesitan además acciones complementarias, pero que resultarán inútiles si se adoptan en forma aislada y no se vuelcan inversiones para el desarrollo, que permitan que el esquema resulte sostenible y no se convierta en una nueva frustración en el corto plazo.
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