Paysandú, Viernes 27 de Febrero de 2009
Locales | 23 Feb Hoy en día emprender un viaje carretero es algo natural para la gran mayoría de los conductores, en especial si el destino es Montevideo o alguna ciudad vecina, como Salto o Mercedes. Sin embargo, hasta no hace muchos años un viaje en automóvil particular hacia la capital era visto como de “larga distancia” por buena parte de la población, e incluso pocas mujeres se aventuraban a manejar trayectos tan extensos a través de la desolada Ruta 3.
Y no estamos hablando de tiempos prehistóricos, sino 25 ó 30 años atrás, cuando la ruta guardaba ciertos secretos que había que conocer para evitar pasar un mal rato. Incluso para quienes tenían automóvil resultaba más seguro, rápido y económico tomar un ómnibus de Onda que sortear la distancia en su propio vehículo. Pero en cierta forma, todo aquel ritual tenía su encanto. Las distancias eran mucho más largas –en tiempo y en kilómetros, dado que al irse sustituyendo ciertos tramos, Montevideo quedó cada vez más cerca--, el camino más monótono, el pavimento –de clásico bitumen y siempre en reparación— escondía trampas de pedregullo suelto y banquinas inexistentes que exigía máxima atención al conductor y como contrapartida el tránsito era escaso.
Como no existían los celulares y muy pocas estancias contaban con teléfono fijo por hilos, ante cualquier desperfecto mecánico podían pasar hasta horas antes de que otro viajero se detuviera para dar una mano. Y era muy común que las cubiertas estallaran, especialmente en verano las primeras “radiales” nacionales o peor aún, las “Aerostables” de Funsa.
Quizás lo bueno era la solidaridad entre los viajeros, que no dudaban en detenerse a preguntar si había algún problema cuando veían un auto “tirado” en la ruta. Incluso era usual saludarse con “bocina de luz” –un toque de luces altas— al cruzarse con otro automóvil, algo que hoy se vería ridículo. Un capítulo aparte eran las “curvas de Trinidad”, actualmente parte de Ruta 14 que une los puentes del río Negro con la capital de Flores, pasando a un lado de la Gruta del Palacio. Allí estaba la “curva de la muerte”, entre otras 52 muy cerradas y en un siempre pésimo pavimento, lleno de tierra hasta el medio de la calzada y malas señalizaciones.
¡Había que ser muy buen piloto para mantener un promedio de 70 km/h o más en ese tramo!
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