Paysandú, Lunes 02 de Marzo de 2009
Opinion | 28 Feb El reciente encuentro en Washington de los cancilleres de Brasil y Estados Unidos, Celso Amorim y Hillary Clinton respectivamente, con el objetivo explícito de preparar la agenda para el encuentro de los presidentes a mediados de marzo, reafirmó, por si había alguna duda, el carácter preferencial que la administración de Barack Obama ha conferido, ya desde antes de asumir, a las relaciones diplomáticas y comerciales con el mayor país del sub continente, del que es principal socio comercial.
Este tratamiento especial confirma lo señalado por analistas políticos respecto a la nueva administración demócrata, que resulta tan simpática para los latinoamericanos por su perfil distinto al tono beligerante e intervencionista al que son tan proclives las administraciones republicanas, como la última de George Bush, pero a la vez particularmente simple en las relaciones con un subcontinente que no figura entre sus prioridades.
Y como buen ignorante de la realidad latinoamericana, la nueva administración procura tener alguna referencia en la que apoyarse, en este caso eligiendo a Brasil --siguiendo los pasos de Bush-- como interlcolutor válido por ser el país más grande, aunque ni siquiera sepan los respectivos jerarcas de asuntos latinoamericanos de la Cancillería que resulta imposible establecer un común denominador valedero para la compleja realidad de la región.
En realidad, salvo en las dos o tres décadas que siguieron a la revolución cubana, cuando la posibilidad de “exportación” de la guerrilla de izquierda a la región era una posiblidad cierta, América Latina no ha sido prioridad para la primera economía mundial, que tiene sus miras puestas en otras regiones donde tiene intereses directos, tanto políticos como económicos, y reacciona con presteza ante cualquier cambio de escenario, para bien o para mal.
Igualmente, durante el gobierno de George Bush, con luces y sombras, hubo una apertura económica de la nación del Norte hacia sus socios menores del Sur, e incluso se firmaron acuerdos de libre comercio que resultaron beneficiosos para los signatarios y se registró una alentadora dinamización del comercio bilateral como regla general, al amparo, es cierto, de un escenario mundial favorable.
Los tiempos han cambiado a partir de la crisis inmobiliaria desatada en la nación nortamericana y su efecto de arrastre con la crisis financiera internacional, y de aquella apertura se ha pasado a un plan Obama de “salvataje” que ingresa en prácticas proteccionistas abiertas o encubiertas, a través de una exhortación de “compre americano” que es una forma de xenofobia comercial y de autoprotección de la economía que nos retrotrae a tiempos que creíamos superados.
La agenda de Obama y de Luiz Inácio Da Silva incluye temas como analizar la realidad de América Latina, los biocombustibles, el comercio mundial y el proteccionismo estadounidense en momentos de crisis, pero también una revisión posible del caso cubano, desde que en este caso la Administración Obama tiene un matiz fundamental con las de sus antecesores: reconoce el fracaso del bloqueo comercial impuesto por Washington con la intención de sofocar a la economía cubana y obtener por esta vía una democratización de la isla.
“Lula” suscribe la tesis que se da en prácticamente toda América Latina y en la mayoría de las naciones del mundo occidental: el bloqueo no tiene ninguna razón de ser y solo pudo tener justificación cuando la crisis de los misiles de 1962, en plena guerra fría.
El aislamiento que se pretendió imponer al régimen de Fidel Castro en realidad fue un salvavidas que le arrojó Washington, al darle la excusa perfecta para ponerse de víctima y reclamar la solidaridad internacional, a la vez de justificar la permanente crisis económica y pobreza en que se debate ese país.
Y la Administración Obama, por lo menos desde el punto de vista latinoamericano, haría bien en buscar tender puentes también hacia otros interlocutores en nuestro subcontinente, con el mismo pragmatismo y sentido común con que es de esperar asuma la problemática de Cuba, para dejar de poner a su régimen marxista en pose de víctima en lugar del victimario que es, del sufrido pueblo de la isla.
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