Paysandú, Martes 03 de Marzo de 2009
Locales | 01 Mar (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos) La vida es una sucesión de historias cotidianas. Es también una mezcla de decisiones y acciones. Las controversias y dificultades aparecen cuando las decisiones no pueden transformarse en acciones. O cuando se basan en decisiones erróneas.
La vida. Vaya cuestión. Hay veces en que las decisiones tienen un fuerte componente emocional. Y las emociones no son buenas consejeras. Dos casos recientemente protagonizados por dos inmigrantes uruguayos pueden ser tomados como buenos ejemplos.
Por un lado está la historia de, digamos, Pedro. Vivía con su esposa e hijos en un estado vecino a New Jersey. Tenía un buen trabajo. Su esposa también. Pero el paisito comenzó a pesar demasiado en las madrugadas de insomnio, hasta que, sin la información adecuada, la idea de retornar fue creciendo en la familia. Lamentablemente Pedro no hizo una investigación adecuada de las reales condiciones en el paisito y de sus posibilidades para reinsertarse al mercado laboral. Solamente se dejó llevar por el deseo de retornar, por la necesidad de sentirse pleno.
Pedro y su familia vendieron todos sus bienes, desde los electrodomésticos hasta el automóvil, realizaron algunas operaciones bancarias riesgosas y, felices, iniciaron el regreso. Las primeras semanas fueron de alegría, de felicidad. Pero poco a poco Pedro comenzó a darse cuenta que nada seria sencillo, que el dinero con que había regresado no era suficiente para iniciar un negocio, y que tratar de conseguir trabajo teniendo más de 30 años es algo muy difícil. Intentó comprar una camioneta para hacer fletes, pero por alguna razón el proyecto fue abortado.
Entonces pensó en volver a los Estados Unidos. Desde que se fue del
país sin contar con los documentos migratorios apropiados, no podrá hacerlo a través de una estación migratoria, como un aeropuerto. Pero Pedro está desesperado. Piensa dejar a su familia en Uruguay, venir a México y desde allí cruzar a pie la frontera, entregándose a las manos de un “coyote”.
Esta historia está en proceso. Aun Pedro está en Uruguay, pero probablemente inicie su viaje en las próximas semanas.
La otra historia es la de, digamos, Domingo. Desde hacía 6 años vivía en Estados Unidos, en una ciudad de New Jersey. No pensaba volver al país, por diferentes razones familiares. Así es que no había ahorrado nada.
Aquí había encontrado el amor y vivía feliz con su pareja, aunque al día. Todo era normal, hasta que repentinamente se enfrentó a la necesidad de retornar apresuradamente al país, pues al verse involucrado en un asunto penal podría ser condenado a varios años de prisión y luego enfrentaría una segura deportación, pues carece de los documentos apropiados.
En pocas horas logró que algunos amigos le prestaran el dinero para pagar el pasaje de regreso, que abonó a un precio exorbitante, como suele ocurrir cuando se busca uno con urgencia, corrió al consulado en Nueva York para renovar su pasaporte --que estaba ya vencido-- y se dirigió al aeropuerto de La Guardia.
Amigos suyos, en tanto, acomodaron sus cosas en un par de valijas y me pidieron que los acercara al aeropuerto, en Nueva York. En una fría y lluviosa tarde hicimos el camino, con pocas palabras y mucha pena.
Al otro día, desorientado, caminaba por las calles de Montevideo, con el miedo por lo vivido, pero especialmente por el futuro. De nuevo, la misma problemática que Pedro: ¿Cómo y dónde conseguir trabajo? Aquí en New Jersey, su pareja --también uruguaya-- comenzó rápidamente a vender sus pertenencias y a preparar su apresurado retorno.
Los años aquí vividos quedaran como una buena experiencia, pues como todos los inmigrantes fueron capaces de sobreponerse a los problemas, pudieron cumplir diferentes trabajos. Pero al mismo tiempo, no pudieron ahorrar dinero --uno de los objetivos básicos que impulsa la emigración-- por lo que volver a establecerse en Uruguay será especialmente difícil.
Aunque, claro, los une el amor. Y eso puede con muchas cosas. Las dos historias cuentan acciones tomadas a partir de decisiones donde las emociones fueron un elemento muy importante. Sin dudas había otras opciones. Pero fácil es decirlo sin estar realmente involucrados. Quizás, de vivir situaciones similares, se hubieran tomado también las mismas decisiones.
Lo que si queda claro es que las dificultades de los inmigrantes no se limitan solo a la crisis económica, a la falta de trabajo, a los problemas de los indocumentados, a la nostalgia, a lo que se ha dejado atrás.
También debe considerarse que uno no es de aquí. Que está hoy, que probablemente permanezca mañana también. Pero bien puede pasar algo inesperado que nos impulse o nos obligue al regreso. Pedro y Domingo han pasado por esa situación. Como tantos otros.
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