Paysandú, Domingo 15 de Marzo de 2009
Locales | 13 Mar La pequeña canana lejos está de cargar un revólver: transporta un pequeño aparatito en el que el individuo es capaz de escribir mensajes, sacar fotos o filmar, chatear o navegar por Internet, guardar archivos de texto o grabar una entrevista, escuchar música o ver videos musicales.
¡Ah! y también hablar por teléfono. Definitivamente, la globalización de las tecnologías de vanguardia ha llegado hasta los escenarios más remotos o, al menos, en los que otrora predominaban otras costumbres. El teléfono celular es la muestra más contundente de una realidad que ha conquistado hasta a los más escépticos.
Ni facón, ni cuchillo. Ni rebenque, ni bolsita de tabaco. Ahora, el ancho cinto de cuero que engalana el buen vestir campero transporta otro tipo de accesorios, que marcan una apreciable distancia entre las costumbres de antes y las necesidades de los tiempos que corren. Los gustos cambian y parece que las prioridades también. Es que la tecnología le ha ganado, en cierta forma, a una buena parte de las tradiciones rurales. Y desde hace buen tiempo han ido cambiando algunas costumbres camperas, que han sido sustituidas por el inexorable avance tecnológico que los países del primer mundo han desparramado por casi todo el planeta.
Que el teléfono celular haya cambiado considerablemente nuestras vidas al momento de comunicarnos con el mundo exterior ya no resulta una sorpresa y, mucho menos, una novedad. Más bien forma parte de nuestra cotidianeidad y poca trascendencia le damos. Es que en muy poco tiempo se ha transformado en una herramienta de trabajo, actualmente casi insustituible dadas las múltiples funciones que el pequeño aparato cumple. Lo que quizás sí puede llegar a descolocarnos, es la dimensión que este equipo --de las más diversas formas y colores-- ha llegado a tener. Este “aparatito”, que en tan poco tiempo ha penetrado en todos los estratos de nuestra sociedad, es utilizado por niños y jóvenes, adultos y ancianos, acortando las distancias.
A quienes vivimos en la ciudad nos resulta extremadamente familiar, pero parece que también lo es para los actores del ámbito rural, que lo usan con absoluta naturalidad y particular dominio. Aunque algunos aparceros no dejan mucho margen de dudas al afirmar que “es mucho más peligroso ver a un paisano con celular que con facón, pues un mensaje de texto puede resultar mucho más nocivo que un corte de arma blanca”.
Si bien esto es dicho en tono de broma, otros --más nostálgicos y melancólicos-- aseguran que “los aleja poco a poco de ciertas costumbres gauchescas, como la de compartir en rueda un mate bien cebado o cortar un trozo de carne al lado del fogón. Es que resulta más fácil llamar al delivery, que acercarse a la parrilla”, continúan en tono jocoso. Y en ese universo se los puede ver ejecutando sus más diversas tareas diarias, portando su teléfono móvil.
Finalmente, en esos cruces de conversaciones interminables y descolgadas no falta quien agregue breves reflexiones con un dejo de cierta sabiduría. Como la de aquel paisano que con voz entrecortada y apretando su tabaco entre los dientes, contara que “el teléfono, desde que se inventó sigue haciendo lo mismo de siempre: desnudando la soledad y acentuando las distancias del individuo”.
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