Paysandú, Lunes 16 de Marzo de 2009
Opinion | 11 Mar El presidente Tabaré Vázquez hizo referencia a sus cuatro años de gestión, lo que hubiera podido hacer por una vía mucho más lógica y adecuada a los tiempos que la convocatoria a un acto político que realizó el sábado en Montevideo. Pero el mandatario se perdió la oportunidad de dirigirse por igual a todos los ciudadanos, y sacar su balance del ámbito político partidario para situarlo en el que realmente debe actuar un presidente, por encima de toda otra consideración. Cayó en la búsqueda del aplauso fácil de sus seguidores, en vez de dirigirse seriamente al país y dejar de lado el histrionismo rebuscado para erigirse en el jefe de Estado que la ocasión imponía.
Lamentablemente no pudo sustraerse a la tentación de dirigirse en forma exclusiva a su público, con el que tiene muy buena sintonía y al que seguramente le cayeron muy bien las salidas de tono, ironías y actitudes socarronas hacia la oposición, incluyendo la voz impostada y los ademanes con que pretendió imitar al doctor Jorge Larrañaga, cuestionándolo por reclamar medidas efectivas para paliar los efectos de la sequía.
Ese tema como otros tantos es motivo de discusión, para exponer argumentos tanto por gobernantes como por quienes cuestionan la forma en actuó el gobierno ante el trance, pero lo que no puede dar lugar a dos interpretaciones es que el presidente se equivocó de medio a medio cuando pretendió dejar en ridículo a los que lo critican, y ha perdido estatura política ante el ciudadano común, el que no le profesa simpatía especial ni antipatía y que observa con objetividad. Actuó como un candidato en plena campaña electoral y no como el presidente de todos los orientales, con lo que menospreció la democracia en la que dijo pretendía invertir, al orillar la inconstitucionalidad y ponerse al frente de un partido y no del país. Por lo demás, Vázquez está en todo su derecho de exponer lo que considera logros de su gobierno y no puede cuestionarse que --como lo han hecho todos sus predecesores-- haya puesto énfasis en las cosas buenas y minimizado las que están mal.
Como también ha ocurrido en anteriores períodos, su administración ha tenido luces y sombras y el mandatario ha sido sobre todo un articulador de los disensos de la fuerza de gobierno, que pese a presentarse con un programa común y contar con mayoría en ambas cámaras cobija al menos dos visiones de la realidad. Y la actual campaña con tres precandidatos es muestra cabal de esa diversidad.
Pero en esta pretendida rendición de cuentas hay por lo menos un aspecto --entre otros que quedarán para mejor oportunidad-- que no podemos dejar pasar así nomás, porque atañe directamente a todos y revela que en política siempre hay formas de tergiversar o de presentar la cosas de manera incompleta, con poco respeto al sentido común del ciudadano.
Por un lado Vázquez proclamó de manera triunfal, como premisa a cumplir a rajatabla, que durante su administración no habrá ajuste fiscal, malas palabras que nos retrotraen a los aumentos y aplicación de nuevos impuestos para solventar el déficit en las cuentas estatales.
Y el jefe de Estado puede --seguramente así lo ha decidido-- no disponer medidas de ajuste fiscal, pero ello no quiere decir que no tenga la imperiosa necesidad de hacerlo. Como en cualquier hogar en el que se gasta más que lo que ingresa, la opción es bajar los gastos o subir los ingresos o tirar la pelota para adelante y que pase lo sea cuando haya que enfrentar la realidad.
Es decir que la dulce sensación de no ajustar las cuentas en el momento debido se paga amargamente al poco tiempo, porque no se puede jugar a la calesita por siempre.
Las medidas que no va a adoptar Vázquez tendrá que disponerlas sin postergaciones el próximo gobierno, sea del partido que sea, simplemente porque se va a ejecutar este año un presupuesto elaborado sobre la base de la bonanza del año pasado, que se evaporó por la crisis financiera internacional.
Y aunque no se le llame ajuste fiscal, el resultado va a ser el mismo: tras haber dilapidado los recursos que ingresaron a raudales en mejor época, habrá que ajustar el cinturón mucho más que la tímida y hasta ridícula supuesta reducción del 5% del gasto que se ha dispuesto en el Estado, que es como vaciar un río con una cuchara.
Cuando llegue la hora de la verdad muchos recordaremos amargamente los eslóganes aplaudidos con entusiasmo casi religioso, porque al fin de cuentas y como reza la expresión popular, de ilusión también se vive.
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