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Paysandú, Lunes 16 de Marzo de 2009

EL PRÍNCIPE FANTASMA

¿A qué vino Carlos a Chile?

Locales | 15 Mar SANTIAGO DE CHILE (Por Horacio R. Brum). La “Suiza de América”, la “Atenas americana”, la “París americana” y otras tantas frases comparativas, dan testimonio del eterno problema latinoamericano de tratar de “parecernos a....”, en vez de ser lo que somos, con todos nuestros defectos de pueblos jóvenes y nuestras muchísimas virtudes de países donde cada mañana es posible imaginar un futuro diferente. Los chilenos se han preciado de ser “los ingleses de América Latina”, porque la clase dirigente que se hizo del poder marginando o enviando al exilio a los héroes de la Independencia creó el mito de un país estable, ordenado y digno de la confianza internacional. Al igual que sucede en la actualidad con el supuesto milagro económico chileno, ya en el siglo XIX, los extranjeros que podían mirar más allá del mito tenían sus reservas frente a la imagen que se pretendía proyectar desde Santiago. Sobre la comparación con los ingleses, un visitante llegado de las islas británicas en 1899 escribió: “Para la nación que ha sido apóstol de la honestidad, la higiene y la verdad, esa pretensión parece más bien ridícula”.
Los mitos relacionados con el clasismo y el nacionalismo suelen demorar mucho tiempo en morir; las guerras civiles, dictaduras o corrupción política que Chile ha tenido, como cualquier país latinoamericano, no han erosionado un cierto sentimiento de superioridad frente a la región, que en algunos sectores se entronca con una anglofilia elemental: hay empresarios que se ufanan de vestir solamente trajes ingleses, e incluso de ser clientes de sastres londinenses; los colegios ingleses son sinónimos de calidad educativa, aunque pocos chilenos hablen con fluidez el idioma de la pretendida madre patria social y política; un diploma universitario de Oxford pone a su poseedor en el altar de los dioses del intelecto, y llevar un apellido inglés, por más que el bisabuelo haya sido un desertor de la Marina Real escapado del barco en Valparaíso, o un obrero del ferrocarril, es una marca de distinción.
Todo ese esnobismo, más relacionado con los recuerdos desvaídos del imperio inglés que con la potencia de segunda clase que es hoy Gran Bretaña en Europa y el mundo, se revitalizó en estos días con la muy breve gira por la tierra del fin del mundo que realizó el príncipe de Gales y su esposa de segundas nupcias. Visitas a viñas y a granjas de cultivos orgánicos, reuniones con escolares y una breve conferencia a un grupo muy selecto --y reducido-- de empresarios, sobre la amenaza del cambio climático, constituyeron un programa del cual se podían sacar pocas noticias trascendentes. Sumergidos en la novelería esnob de la visita, los principales medios de comunicación llenaron centímetros y minutos con los vestidos de la duquesa Camilla, a la cual insistieron en identificar por el apellido de su matrimonio anterior (Parker Bowles), olvidando que la ex amante de Carlos es ahora la duquesa de Cornwall, honorablemente casada con el príncipe heredero más viejo de Europa. Un detalle destacado con orgullo fue la visita a Lucía Santa Cruz, la historiadora y ex diplomática de la dictadura de Pinochet, amiga íntima de la pareja, que según los chismes de sociedad, presentó a Camilla a Carlos, en los muy lejanos tiempos cuando todos eran jóvenes y la desventurada Diana apenas iba a la escuela.
Más allá de la pompa y la circunstancia, entre los observadores de la realidad chilena quedó flotando la pregunta de qué vino a hacer a estos lejanos parajes el hijo de la eterna e indestructible Isabel II. Gran Bretaña es el principal comprador de los vinos chilenos, pero está entre los socios comerciales menores del país; la empresa del cobre estatal tiene una delegación en Londres, porque allí se realizan las transacciones mundiales del metal, pero el gran cliente es China.
La Armada de Chile muestra una pasión por los uniformes y rituales ingleses, y en otro de los embellecimientos de la historia nacional hecho por las clases dominantes del siglo XIX, venera como su fundador a un almirante escocés (pese a que la primera flotilla nacional fue organizada por un oficial nacido en Buenos Aires, con el apoyo del libertador Bernardo O’Higgins); si bien durante muchos años se ha provisto de sus unidades flotantes de mayor importancia en el mercado de segunda mano de la Marina Real, esas compras son de una importancia menor en el conjunto de las Fuerzas Armadas.
No obstante, hay una relación interesante, que tiene que ver con la geopolítica regional: durante la guerra de las Malvinas, que más de uno por aquí prefiere llamar Falklands, Chile apoyó disimulada pero significativamente a Gran Bretaña, por el temor de que una victoria en el archipiélago diera a los insanos militares argentinos la fuerza para apropiarse de territorios chilenos. A tanto llegó ese apoyo que, según lo relatado por un autor inglés en la obra “The secret war for the Falklands”, en la base chilena de Punta Arenas, sobre el estrecho de Magallanes, se veía mucho personal con el uniforme de la Fuerza Aérea de Chile “de aspecto más bien anglosajón, que hablaban con acento inglés”. Actualmente, pese a las repetidas declaraciones de apoyo a la posición de Buenos Aires emitidas por los gobiernos de Santiago, lo cierto es que Punta Arenas es el principal punto de apoyo logístico de los habitantes de las Malvinas en el continente y la empresa aérea LAN Chile tiene vuelos semanales desde Santiago al aeropuerto de Mount Pleasant, construido después de la guerra como base militar británica.
Otro aspecto de la política internacional que da significado a la aparentemente anodina visita del príncipe de Gales es el reclamo planteado por Gran Bretaña en 2007, sobre una extensa zona de la Antártida que desde hace más de medio siglo se adjudican Argentina y Chile. Dos días antes de la llegada de Carlos, un grupo de diputados de ambos países comenzó a coordinar esfuerzos para rechazar la pretensión británica y mucho se puede interpretar del hecho de que la gira real continuó en Ecuador, país que es un aliado histórico de Chile y tiene aspiraciones antárticas, y en Brasil, que también mira con interés los territorios helados del sur y sus recursos, además de ser un orientador de la política exterior sudamericana.
Aunque no lo vieron los periodistas chilenos, tal vez la principesca presencia tuvo otros objetivos, más que dar alimento al chismorreo social y estimular el esnobismo de algunos.


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