Paysandú, Viernes 20 de Marzo de 2009
Policiales | 16 Mar Comparecerá nuevamente hoy ante la Justicia el homicida confeso de una joven de 28 años cuyos restos fueron hallados el sábado en un pozo negro, tras una extensa y accidentada jornada de interrogatorios en la que familiares de la víctima intentaron “ajusticiarlo”. El detenido, quien se encuentra en una silla de ruedas y padece graves trastornos auditivos, fue trasladado ayer al mediodía a la sede judicial, donde dio nuevos detalles del crimen al juez Pablo Dalera.
Tal cual adelantamos ayer en base a información extraoficial, el supuesto homicida, de 77 años y ex funcionario militar, fue emplazado en las últimas horas en el marco de nuevas actuaciones emprendidas por personal de la Seccional Segunda en torno a la desaparición (el 13 de julio de 1998) de Santa Teresita Aguirre, de 28 años.
El testimonio de una vecina de la joven lo involucró directamente con la desaparición y reforzó la hipótesis de que detrás de lo que semejaba un simple extravío de persona se ocultaba un sórdido crimen. En esta oportunidad, tras negar toda vinculación con el hecho, el sospechoso terminó confesando y brindando detalles de lo sucedido la madrugada del 13 de julio de 1998.
Giro en la investigación
El ex militar, poseedor de antecedentes penales por intento de homicidio, compareció el sábado en la Dirección de Investigaciones dispuesto a negar cualquier vinculación con la desaparición de la mujer con quien once años atrás había mantenido una relación sentimental.
Su aspecto seguramente era muy distinto al de otras épocas. Prácticamente sordo y aquejado por una grave diabetes que le costó una pierna, se presentó en una precaria silla de ruedas compuesta por una silla playera asentada sobre un trozo de madera. Una vecina del barrio P3 había dicho a la Policía que la mañana de la desaparición había visto cómo el militar agredía a la joven y la arrojaba al piso cerca de la puerta de su vivienda. Los funcionarios confrontaron al detenido con la versión y éste, luego de negarlo en varias oportunidades y brindar información confusa, terminó confesando el crimen y brindando la ubicación exacta del cadáver: un pozo negro cercano a una finca del barrio P3.
Alrededor de las 16, el personal de la Seccional Segunda acudió a dicho vecindario y acordonó los alrededores de la finca 36. Enseguida, en colaboración con Bomberos, Radio Patrulla y funcionarios de Policía Técnica, inspeccionaron un pozo negro de aproximadamente tres metros de profundidad ubicado al norte de la vivienda y allí encontraron restos humanos que más tarde el forense Alberto Zinno señalaría como pertenecientes a una mujer joven. Restos de ropa y detalles relacionados a la complexión confirmarían luego la hipótesis: eran los restos de Santa Teresita Aguirre. Los familiares de la víctima y los vecinos observaban con estupor los acontecimientos. Once años de incertidumbre habían llegado a su fin.
Madrugada fatídica
Mientras tanto, en la Dirección de Investigaciones el detenido brindaba más detalles del crimen, pero cambiaba frecuentemente su versión, dificultando la tarea de la Policía. No obstante, bajo supervisión de un psiquiatra, relató lo sucedido la madrugada del 13 de julio de 1998. Por aquel entonces –relató-- mantenía una relación amorosa con Santa Teresita Aguirre, pero la costumbre de la joven de salir frecuentemente a bailar a lugares de dudosa reputación le provocaba frecuentes ataques de celos. Aquella madrugada la situación se salió de control. Santa regresó acompañada por una amiga y él inmediatamente comenzó a increparle. Cuando la otra joven se retiró, la discusión subió de tono y él comenzó a golpearla y empujarla hacia la entrada de la finca, hasta que finalmente, luego de otro violento empujón, la joven cayó de espaldas, se golpeó la cabeza y quedó inconsciente. Al ver que no reaccionaba, él se acercó y le tomó el pulso, pero ya no había nada qué hacer.
No obstante, aguardó todo el día con la vana esperanza de que la joven volviera en sí, pero al llegar la noche, convencido de que había muerto, la arrastró hasta el pozo y la arrojó al vacío. Cubrió el cuerpo con restos de cubiertas de automóvil y varios ladrillos, y regresó a la vivienda. A partir de aquel día retomó su rutina. Tiempo después vendió la vivienda y deambuló por diferentes barrios; estuvo en un geriátrico y la diabetes le costó una pierna. Los años pasaron y seguramente pensó que el crimen quedaría impune, pero una vecina que había presenciado el incidente decidió relatar lo sucedido a la Policía y la investigación cobró un giro inesperado.
Indignación
Aunque la identidad del cadáver está prácticamente confirmada, los investigadores enviaron los restos al Instituto Técnico Forense donde serán sometidos a pruebas de ADN. Ayer al mediodía el homicida confeso fue trasladado a la sede judicial donde dio nuevos detalles al juez Pablo Dalera. Mientras tanto, en el exterior, la hija de Santa –que tenía 15 años cuando su madre fue asesinada- esperaba junto a un grupo de amigos con intención de hacer justicia por mano propia. Ya sobre las 15, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad, el detenido fue extraído en andas del edificio e introducido en un móvil policial para ser nuevamente conducido a la Seccional Segunda. Hoy comparecerá otra vez ante el magistrado, quien seguramente tomará una resolución.
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