Paysandú, Jueves 26 de Marzo de 2009
Locales | 25 Mar Carlos Henry Da Silva Tessitore (76 años) demuestra su apego a la “puntualidad inglesa” y se lamenta de los 5 minutos perdidos por un circunstancial desencuentro con el cronista. Hijo de Héctor Da Silva Guilleminot y Julia Carolina Tessitore Barbieri, la única de las hermanas nacida en Paysandú, pues su madre ya estaba embarazada cuando emigraron de Génova, Italia. Su padre también nació acá porque --dijo-- “mi abuelo vino como alférez o teniente del ejército brasilero del comandante (Barón de) Tamandaré, cuando la toma de Paysandú, desembarcando en la Playa de los Negros (hoy Balneario Municipal). Después se quedó en este lugar y se casó con una de las hermanas Guilleminot, no se si en Paysandú o Fray Bentos porque mi padre tenía registrado el nacimiento en esa última ciudad. Mi padre tuvo almacén por mayor y menor en la esquina de la hoy avenida España y Cerrito, siendo agente ‘de los productos rusos del petróleo’ como rezaba su eslogan”.
Da Silva está casado con Alba Martínez García y tienen dos hijos: Carlos María, que es teniente de apoyo del Ejército, con destino en el Liceo Militar en Montevideo, y Lorena Carolina, a quien le faltan unas pocas materias para ser veterinaria.
Contó que “fui a la Escuela 8, época de la que me acuerdo de compañeros como Nery D’Alto y Frutos, los dos bancarios, Zalacain y Jorge Beceiro, entre otros. Cuando iba al Liceo Departamental de día, por la noche ya trabajaba en el Cine Astor (18 de Julio casi la ex Gran Bretaña). Incluso don Juan Palazzi (propietario original) que tenía licorería en el puerto, hizo un pedido para que me dejaran estar de boletero. Luego se formó la sociedad Compañía Exhebidora Sanducera (Cesan) en la que se asociaron Juan Palazzi, Oscar Garrasino y Oscar Vignola, que tenía cuatro cines: Astor, Ambassador, Avenida y el del Teatro de Verano. Yo estuve en total once años, aunque luego pasé a prestar servicio en el Ambassador”.
Anécdotas
cinematográficas
Recuerda que “en el Astor, donde se unían las tres ‘ch’ de ‘Pocho’ González portero, ‘Cacho’ Oreggioni acomodador y ‘el Bocha’ Da Silva en la boletería, el gerente era Cánepa, una muy buena persona. Una vez ocurrió un hecho terrible que, involuntariamente, me tuvo como protagonista: en esos tiempos se proyectaban placas de publicidad y se ponían discos, tarea a cargo de un señor Cheli que estaba en CW 39. Una noche se ve que no pudo ir y ‘Pocho’ me dice: ‘Tenés que pasar las placas’, a lo que le contesté que no embromara, pero Palazzi insistió así que subí a la cabina. Solito con el disco y sin sentir nada porque no había audio de la sala, sentí que alguien corría hacia donde estaba y me decía: ‘¡Animal, sacá eso!’ ¿Sabe qué había puesto? ¡El Himno Nacional; lo juro! Dos días después Palazzi me dijo: ‘Al final estuviste bien porque lograste que no te mandemos más a pasar el disco’, y yo insistía que lo había hecho sin querer, mientras la gente se levantaba de sus asientos sin entender nada”.
En la boletería tenía que “hacer la taquilla”, tarea que consistía en colocar los talones de números de asientos en el tablero con agujeritos que indicaba el sitio de cada uno, y “reservaba algunos doblándolos en su lugar cuando eran asistentes habituales, como el recordado Carlos ‘Bocha’ Fraschini, que obviamente me dejaba una propina”.
Una tarea bien
distinta: pedicuría
Da Silva también relató que “me gustaba dar mucho masaje y entonces mis padres me dejaron que fuera a cursar pedicuría. Luego que me recibí, vine de pedicuro honorario al cuartel (hoy Batallón Nº8 ‘General Leandro Gómez’) que estaba en Ituzaingó y Setembrino Pereda y a la Jefatura de Policía, que estaba a cargo de don Carlos Meyer”.
“Eran tiempos en que se hacía de todo porque había que ayudar al médico policial, que oficiaba de forense, quien dictaba y había que anotarlo todo debidamente. Recuerdo que la que relataba muy bien era la partera Gloria Martínez, quien tampoco ejercía su especialidad porque --como le digo-- había que hacer de todo: desde el certificado a una persona mordida por un perro a un finado en accidente. Esto era porque servicio de pedicuría a lo sumo tenía dos o tres al día, después ayudaba al médico. Y quiero decirle una cosa: recuerdo al doctor Aníbal Mojoli al que aprecio muchísimo, uno de los jefes que puso rectitud; también el doctor Adolfo Montauban, muy bueno y mi último compañero que fue médico súper numerario, el doctor Marcelino Pino, quien me venía a buscar a mi domicilio para ir a cazar, que es un hobby que tengo”.
Historias sobre
ruedas y palomas
Está jubilado por Caja Civil desde 1990 y por Industria y Comercio desde 1996, “porque yo tuve taxímetro frente a la ONDA (33 Orientales y Leandro Gómez), aunque en realidad era de la firma Da Silva Hermanos. El coche tenía la chapa 10.006 y cuando el intendente Oscar Garrasino me dio la chapa 10.028, fue el coche que se llevaron los sediciosos de esa parada y habían atado al chofer. En la parada estábamos Nery Cardozo, una excelente persona, José María Gómez quien en el parabrisas tenía pintado un plato volador y aseguraba que hablaba con los marcianos y también ‘el Toto’ Núñez, quienes me dieron entrada a mi”.
Sobre su gusto por la colombofilia (cría de palomas mensajeras) comenta que “casi enfrente a mi casa, en Sarandí entre Setembrino Pereda y 33 Orientales estaba el Comando del Ejército y había un teniente coronel Garrasino que formó un cuerpo de boy scouts, que yo integré. Y en los desfiles veía que los soldados transportaban como un canasto en el que llevaban las palomas. Un día le pedí un casal y me acuerdo bien que por el teléfono ‘a manija’ pidió comunicación con el palomero y le dio la orden de que me los diera cuando hubiera pichones”.
“Después el doctor Hernández, odontólogo de la Policía, me consiguió otro casal en Salto y yo críe muchas, hasta que empezaron a molestar. Hay una reglamentación al respecto, que incluso se la di al director de Higiene, doctor Eduardo Bonilla. De acá se hacían carreras de palomas mensajeras hasta Carmelo, Colonia. Venían por ONDA en un cajón grande y desde acá las largábamos, teniendo el apoyo de los gerentes Ramos y Epíscopo”.
“Las palomas llevan una medallita que se coloca en un reloj y lo para ‘en seco’ a la hora que llegan a la meta, pero es una leyenda que como los colombófilos ‘se jugaban los pesos’ las esperaban escondidos para bajarlas de un tiro...”.
De esa época rememora “una cuestión tierna que atesoro y es que cuando las palomas se paraban en una antena que teníamos, mi madre ya sabía y decía: ‘miren, ‘el Bocha’ ya llegó’”. Y acota con curiosidad: “Pensar que no se ha descubierto todavía cómo se orientan y que han sido tan útiles como en el caso muy conocido ocurrido durante la Pimera Guerra mundial. La paloma Cher ami salvó al denominado ‘batallón perdido’ de un casi seguro exterminio, al punto de ameritar la condecoración máxima de la Corona Real Británica”.
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