Paysandú, Sábado 28 de Marzo de 2009
Opinion | 24 Mar Los actos de vandalismo urbano no son patrimonio exclusivo de las grandes ciudades sino que, por el contrario, las ciudades más pequeñas también lo padecen. Paysandú no escapa de esa realidad y hay, lamentablemente, más ejemplos de los necesarios para sustentar esta afirmación.
El hurto, la destrucción, roturas y pintadas de bienes públicos o existentes en espacios privados de uso público, son relativamente frecuentes y dan la pauta de la existencia de conductas que merecen no solo la reprobación social sino también la adopción de mecanismos para salvaguardar lo que es de todos.
El Monumento a la Madre que estaba ubicado en avenida Francisco Debali es quizá el ejemplo más notorio del hurto de piezas escultóricas aunque hay otros casos, como el robo del busto a Gabino Ezeiza en Plaza Artigas, en tanto los destrozos a bienes patrimoniales son numerosos, comenzando por las acciones vandálicas cometidas hace unos años contra panteones del Museo a Perpetuidad, los bancos de la avenida España y las piezas escultóricas que se exponen al aire libre en la costa sanducera, junto al Museo a la Tradición.
El último de los ataques vandálicos fue cometido el pasado fin de semana contra la Parroquia Sagrado Corazón, donde amparados en el anonimato y la oscuridad de la noche prendieron fuego la hermosa puerta principal del templo.
La reparación de lo destrozado o hurtado en un ataque vandálico cuesta mucho, no sólo por el valor económico que generalmente tiene sino porque en muchos casos afecta obras artísticas no siempre posibles de reproducir. En último caso la cultura y el patrimonio comunitario es el que sale dañado. Es imposible poner un policía en cada estatua, esquina u obra de arte que pueda resultar afectada. La colocación de rejas tampoco ha dado resultado. Entonces, ¿cómo prevenir ese tipo de conductas? ¿Cómo reprimirlas si casi nunca se puede identificar a sus responsables?
La educación y concientización es un camino que no debemos descuidar puesto que no se aprecia ni cuida lo que no se conoce. Por otro lado, existen ciertas prácticas socialmente aceptadas hasta cierto punto que dan mensajes contradictorios y una de ellas son las “pintadas electorales”, en paredes y muebles urbanos, que podrían prevenirse con controles o desalentarse con penalizaciones efectivas.
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