Paysandú, Domingo 29 de Marzo de 2009

Nos vendieron un tranvía y seguimos tan campantes

Opinion | 22 Mar Mientras por un lado ALUR-Ancap siguen apostando a descubrir la pólvora con la explotación de la caña de azúcar, un cultivo de origen tropical que tiene un rendimiento varias veces inferior en latitudes como las de Uruguay, y ha volcado no menos de 70 millones de dólares en infraestructura y a financiar cultivos, durante 2008 el ente ha perdido unos diez millones de dólares en sus plantas de elaboración de cemento portland.
Es decir que ha encontrado fondos para solventar una “inversión” que en el mejor de los casos sería amortizable en décadas --aunque todo indica que el complejo fronterizo seguirá dando pérdidas-- y encima sigue manteniendo a déficit el funcionamiento de las plantas de cemento de Minas y Paysandú, hacia las que está canalizando fuertes sumas en procura de hacerlas rentables o por lo menos atenuar pérdidas.
La única razón por la que una empresa puede encarar semejantes aventuras, volcando alegremente inversiones “para ver qué pasa”, es que pertenece al Estado, es decir en teoría a todos los uruguayos. Pero en realidad la única participación que tiene el ciudadano en la empresa es la de pagar sobrecostos para sostener iniciativas que de haber estado en el área privada hubieran sido dejadas de lado por inviables, o de lo contrario, hubieran puesto en marcha una reconversión y modernización para mejorar la productividad y la logística, de forma de estar en condiciones de abaratar costos y competir.
Pero estas minucias no preocupan a Ancap, porque puede afrontar todos estos entuertos al tener en sus manos el monopolio del refinado y la venta de combustibles. Eso le permite tener el doble de los funcionarios que necesita, naturalmente, que además tienen muy escasa productividad y gozan de los mejores beneficios dentro del aparato del Estado, y a la vez mantener un nivel irracional de mandos medios y burocracia, con gerentes al por mayor, porque siempre va a encontrar cómo pagarles.
Y el que les paga es el consumidor, como si fuera la cosa más natural del mundo, porque a través del monopolio el organismo puede cobrar a su antojo los combustibles, tanto hidrocarburos como el supergás, y además, como si fuera una gran conquista, deja un margen para volcar a Rentas Generales.
Lo que en verdad hace es aplicar impuestos encubiertos por la vía de las tarifas a todos los uruguayos, que así seguimos pagando combustibles como si el barril de crudo se cotizara al doble de lo que vale en el mercado internacional, lo que permite que Ancap pueda seguir sacando para financiar el complejo sucroalcoholero de Bella Unión, enjugar el déficit de las plantas de cemento, sostener una estructura sobredimensionada por la gestión en manos del Estado, y encima, aportar al fisco.
Lejos de festejarlo, como se hace en esferas del gobierno y por supuesto las organizaciones de funcionarios --que solo defienden su chacrita y ser los verdaderos dueños de las empresas públicas-- los uruguayos deberíamos lamentar todos los días que las empresas estatales no tengan competencia, para realmente resultar beneficiados por precios muy por debajo de los que pagamos, y con ese menor costo mejorar la productividad, la competitividad y ganar en la economía de empresas y familias.
Ahora, ¿por qué pierde Ancap diez millones de dólares en 2008 y ha acumulado decenas de millones de dólares en pérdidas durante varios años en el cemento y no en los combustibles? La explicación es sencilla: porque tiene competencia. La empresa privada que produce cemento tiene costos mucho menores que Ancap, debido a su gestión en manos privadas y productividad, por lo que el organismo debe vender su producto al mismo valor que su competidora. Pero mientras la privada gana con ese precio, Ancap pierde, y de ahí su déficit acumulado. De no haber competencia privada, los uruguayos tendríamos mucho mayores costos de construcción, con un cemento al doble de lo que cotiza ahora.
Esta es la ganancia que nos dan los monopolios y la gran conquista a defender, la que repiten día a día los directamente interesados en que las cosas sigan por siempre como están, orgullosos de habernos vendido un tranvía expreso hacia el barril sin fondo del Estado.


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