Paysandú, Miércoles 01 de Abril de 2009
Locales | 28 Mar El artículo publicado por “El Paysandú” concluye de la siguiente manera: “Todas llevaban armas y divisa, y todas fumaban y tomaban caña. Algunas eran jóvenes todavía, pero tanto las jóvenes como las viejas, habían perdido totalmente los rasgos de su sexo. Eran varones lampiños, enflaquecidos por las fatigas, curtidos por el sol, ennegrecidos por la intemperie. Apenas si en la voz se les encontraba alguna cosa…”.
“¡Y lo que es el mundo! Así y todo aquellas pobres chinas juegan un papel importantísimo en el ejército”.
“Gracias a ellas las marchas se hacen menos penosas y la militada tiene con que romper la brutal monotonía del campamento. Entre ellas no hay desdeñadas. A la más maula le sobran galanes y probablemente más de una habrá inspirado décimas y riñas. Por otra parte, su abnegación y su constancia son como para cantarlas. Muchas han nacido en el regimiento y con el regimiento; con él han pasado veinte mil pellejerías y en el se han quedado derrochando cuanto les queda de mujer. Infatigables, cargan sin pena, con el cuidado del soldado, de todos los soldados. Les lavan la ropa, lo consuelan, lo miman y si se ofrece, en el día de la pelea hasta le dan una manito”.
“La comitiva conversó largamente con las chinas del regimiento. A los que se manifestaban admirados por sus atavíos, les contestaban que aquello no era nada, que entonces estaban muy bien, que la cosa hubiera sido verlas por la frontera en marcha! Se les mandó servir caña y cada una, sin resollar tomó su vaso, escupiendo después por el colmillo. Se les propuso fotografiarlas y aceptaron con gusto la propuesta disponiéndose inmediatamente en grupo pintoresco horquetadas de un salto en sus respectivas bestias”.
“Un momento después las chinas se despidieron de la comitiva, y previo otro vaso de caña se pusieron en marcha, algunas montadas en pelo como hombre. No habían caminado una cuadra cuando se entregaron a una carrera desenfrenada, en medio del gran barrial del camino, castigando y gritando desaforadamente a sus caballos. Un soldado del regimiento les gritó ‘¡Ah chinas locas, no romperse el espinazo de una rodada!’. Hombre ingrato, así pagaban los favores de las pobres beneméritas”.
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