Paysandú, Miércoles 01 de Abril de 2009
Deportes | 28 Mar Los de traje y corbata no se las saben todas. Está claro que no son los que conocen a la perfección la práctica, de cómo manejar el fútbol.
Porque son los mismos que han trabajado incansablemente para que el deporte más popular del mundo esté en este país prácticamente muerto y sepultado. Son los mismos que, por estos lados, han provocado que los clubes estén sumergidos - salvo excepciones- en la pobreza. Son los que han colaborado enormemente para que los once tipos que corren atrás de una pelota vistiendo la camiseta de los seleccionados tengan lo mínimo e indispensable; eso sí, para que sean campeones de todo.
Los de traje y corbata son los mismos que pasaron vergüenza al decidir jugar los 40 minutos del partido semifinal entre Paysandú y Salto por el Litoral Norte apenas 37 días después. O los que cometieron la aberración de digitar seguir jugando el Torneo del Sur cuando todavía se aguardaba el fallo de una apelación, que les provocará ahora que el campeón (San José) no sea tal y que el que habían desahuciado (Durazno) esté jugando por el título.
Los que se las saben todas son los mismos que anoche, previo al “pico” de 40 minutos, le siguieron faltando el respeto a la poca gente que todavía sigue al fútbol del Interior, al impedir que dos fotógrafos y varios colegas radiales trabajaran como siempre al costado del terreno de juego.
Porque no solo le faltaron el respeto a los periodistas y los respectivos medios de comunicación a los que representan: le tomaron el pelo a la gente, y no solo a la misma que pagó la entrada el 18 de febrero para ver el clásico y que se quedó con el boleto en la casa porque a alguien se le ocurrió que el “pico” debía jugarse a puertas cerradas.
Se burlaron de quienes todavía siguen palpitando con el fútbol del Interior, que siguen a las selecciones en este caso a través de las páginas o de la radio, tan solo por el simple hecho de que esos a los que sacaron de la cancha intentan aportar para rescatar a un deporte que por estos lados tiene más de un pie bajo tierra.
Para que en este caso el lector lo sepa, la excusa para “invitar a abandonar” el terreno de juego a los colegas radiales y fotógrafos fue brindar seguridad luego de que en el partido original un “periodista” salteño estuviera metido en medio de la gresca generalizada que terminó con la suspensión del compromiso y el inicio de la incomprensible novela que se viviría luego con los fallos.
“Hay periodistas que no se sacan la camiseta”, dijo el veedor que luego admitiría que no todos los periodistas son iguales, seguramente como por ejemplo el colega que realiza tareas de campo para la empresa que tiene los derechos de televisación, porque a decir del dirigente “estaba bien custodiado y prevenido de que no podía gritar nada”.
Es verdad: no todos los periodistas son iguales. Como quizá tampoco lo sean los de saco y corbata, los que en su mayoría son los mismos que golpean las puertas de los medios a los que esos mismos periodistas representan, para que apoyen la mediocridad del fútbol de este país; para que intenten armar un circo a su alrededor con el objetivo de llevar a la gente que ellos mismos, los de saco y corbata, retiraron de las canchas hace rato.
Porque no hay que hacerse trampas al solitario: el descreimiento que se posó hace años sobre el fútbol, o la violencia, no son provocados por esos que fueron invitados a retirarse del terreno de juego. Al contrario, esos son los que dan una mano a los que prácticamente ruegan por una foto, una imagen o algunas palabras en el dial.
Seguramente la pelota va a seguir rodando y auguramos que lo que queda del Litoral Norte o de la Copa Nacional de Selecciones en las dos categorías va a ser un éxito y seguramente se volverá a ver el Estadio Artigas colmado en su capacidad, salvo la Tribuna Oeste.
Pero por respeto al que se mantiene informado a través de estas páginas, y por respeto a una profesión a la que muchas veces no es tomada en cuenta como se merece, Deportes de EL TELEGRAFO ha optado por no ser cómplice de una situación incomprensible y que, en definitiva, termina tomando de rehén a quienes todavía sienten al fútbol como una pasión: nosotros, los colegas y sobre todo el hincha común.
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