Paysandú, Sábado 04 de Abril de 2009
Policiales | 29 Mar Tras finalizar una jornada de trabajo pasadas las tres de la madrugada, estaciona su auto frente a su casa ubicada a cinco cuadras de la Segunda Seccional policial, detiene la marcha del motor, apaga las luces y retira el frente del equipo de audio. El vehículo había estado en el taller mecánico y por ese motivo la alarma había sido desactivada. Todo estaba en silencio en un barrio que los vecinos califican de “muy tranquilo”, aunque ya casi nadie deja los coches en la calle porque en algún momento fueron víctimas de robos, destrozos o vandalismo. Es el caso de este mismo Volkswagen, que ya en dos oportunidades había sido violentado para sustraerle la radio y los efectos personales que pudiera haber adentro. Algo que no debía volver a repetirse, por cuanto ahora contaba con vidrios polarizados resistente a los golpes y alarma con respuesta en el llavero, y su dueño siempre lo estaciona frente a la ventana del dormitorio, donde duerme junto a su atento y fiel pastor alemán que ladra ante el más mínimo movimiento en la calle.
Pero en el error está el castigo y la alarma desactivada por un descuido presentaba la oportunidad que un par de delincuentes menores de edad estaban buscando cuando acertaron pasar junto al auto. Arremetieron contra la puerta del conductor, doblando su parante varios centímetros para acceder a la traba, con lo que en segundos estaban dentro para arrancar los parlantes de la tapa del baúl, mientras el otro se apresuraba a desmontar la base del equipo de audio fuertemente asegurada al tablero.
La fortuna quiso que el desmantelamiento se viera frustrado cuando el agente Robert Silveira acertó pasar por la esquina tras cumplir su servicio en la Seccional Segunda, y al ver el operativo en proceso se lanzó en persecución de los “niños infractores”, logrando detener a uno de ellos cuando se daban a la fuga; el otro puso los pies en polvorosa llevando consigo los dos altavoces. Quizás para Silveira haya sido muy decepcionante que su captura se le escapara de entre manos con un movimiento a la velocidad de un rayo, pero el propietario del vehículo no lo evaluó de igual forma cuando escuchó el llamado a la puerta de su casa cuarenta minutos después de haber llagado. Estaba todavía en pie mirando televisión, y ningún ruido lo había alertado de lo que pasaba a tan solo unos metros, pero la decidida intervención del oficial había limitado los daños a unos cuantos miles de pesos en chapista y equipos, muchos menos que la última vez en que los destrozos incluían la radio y todo el tablero de la calefacción del coche.
Por otra parte, los autores estaban ahora bien identificados, y en caso de que los aprehendan está hecha la denuncia correspondiente, para que ésta también conste en su larga lista de “faltas”.
Este es un hecho menor cometido por un par de “niños inocentes”, “víctimas de la sociedad” según la óptica del gobierno, así que de poco sirve que se los capture porque serán sancionados por la “justicia” tan duramente como Calabró castigaba a Borromeo cuando destruía todo el set de su programa “Calabromas”.
Queda la satisfacción sin embargo, de comprobar que todavía hay policías dispuestos a jugársela por el vecino. Que además, se hizo de dos gorras Nike y Adidas abandonadas en el lugar del hecho por verdaderos delincuentes, algo así como un trofeo que recuerda lo bajo que hemos caído como sociedad.
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