Paysandú, Miércoles 15 de Abril de 2009
Opinion | 15 Abr La reeleccionitis, una evolución diferencial de la electoralitis con la que está además indisolublemente ligada, parece haber hecho presa en presidentes y partidos que están en el poder en varios países del subcontinente sudamericano, fundamentalmente a partir de la asunción de varios “progresistas” que argumentan que para dar continuidad a sus gestiones necesitan una nueva oportunidad, porque seguramente lo que habían prometido no ha resultado tan fácil de hacer, como creían.
Claro que no fue eso lo que manifestaron a sus electores cuando se postularon para romper con lo que hasta entonces había, por lo que están retorciendo argumentos para promover reelecciones donde no las había o como en el caso de Hugo Chávez en Venezuela, que a fuerza de insistir y presentar las cosas deformadas, logró que se aprobara una reforma constitucional para la reelección indefinida con nombre propio.
Tal vez la excepción haya sido Argentina, donde Néstor Kirchner igualmente se las ingenió para que resultara presidenta su consorte, y así dejar las cosas en familia, con él manejando el poder tras bambalinas. Y también Uruguay, donde pese a los denodados esfuerzos de muchos integrantes de la fuerza de gobierno, el presidente Tabaré Vázquez descartó que el país se embarcara en el delirante camino de la campaña de reforma constitucional reeleccionista en coincidencia con las elecciones, un desatino que por cierto importaba poco y nada a sus colaboradores, encandilados por lo que a su juicio les aseguraba un nuevo período de gobierno.
Pero otros mandatarios están en otra cosa, como es el caso en estos días del presidente boliviano Evo Morales, quien muy suelto de cuerpo, y como si fuera lo más natural del mundo, fiel a su raigambre contestataria se declaró en huelga de hambre para presionar al Parlamento a que apruebe la ley electoral que necesita para convocar a los comicios generales del 6 de diciembre, en los que seguramente se presentará para ser reelecto. Y más allá de los intereses electorales en juego, que son naturales sobre todo a medida que se acerca el acto eleccionario en cualquier país, resulta un exabrupto injustificable que el propio presidente de la República pretenda chantajear al Parlamento, cuando por el contrario, debería dar el ejemplo a través de una negociación política, propia de la democracia y en el libre juego de la institucionalidad.
Esta actitud habla muy mal del concepto de valores democráticos que pueda tener el mandatario, aunque en su descargo debe decirse que Bolivia es una nación con antecedentes muy pobres en la materia, y que en realidad la democracia en su historia ha sido más un accidente que un proceso de continuidad.
Pero en todos los casos el presidente debe predicar con el ejemplo, y a través de esta acción de barricada le hace muy flaco favor a la institucionalidad de su país, siempre precaria y conflictiva, por añadidura, aunque pretenda ponerse nuevamente como víctima de intereses espurios contra los que lucha como moderno Quijote.
Mientras tanto su colega de Ecuador, Rafael Correa, ya está pensando en montar un escenario que le pueda asegurar un segundo mandato, aunque claro, todos los que están embarcados en esa cruzada quedan reducidos a un mínimo al lado de Hugo Chávez al frente de su revolución bolivariana personalizada.
La argumentación para estos desquicios de poder es muy simple de exponer ante el ciudadano: quien lo hace razona que su gobierno es lo mejor que puede pasarle al país y por lo tanto que salga reelecto es un tema de interés nacional. Ergo, todo lo que se haga, aunque esté reñido con la Constitución y la ley, se hace por una buena causa, y por lo tanto no corresponde reparar en detalles, cuando está en juego la felicidad de todos.
Y no se necesita ir muy lejos de Venezuela para encontrar el máximo ejemplo de esta hipócrita reflexión de que el fin justifica los medios, desde que apenas cruzando unas millas el mar Caribe se encuentra nada menos que Cuba.
Ésta, bajo un régimen comunista ha tenido como dictador - presidente durante cincuenta años a Fidel Castro, encabezando la revolución y por supuesto sin aceptar por nada del mundo elecciones libres, denostadas por su concepto de que son una “pluriporquería”, porque al fin de cuentas, a su juicio, su gobierno de partido único siempre ha sido lo mejor que le podía pasar a la isla, aunque a sus conciudadanos no les diera la posibilidad de pronunciarse al respecto.
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